Para los niños a partir de doce años debería ser de lectura obligatoria en vez de tantas tonterías como circulan por ahí.
Pero lo que me ha animado a escribir sobre él ha sido el asombro que me ha producido el concepto del honor que late en la obra y que debería ser común en la época y quizá hasta tiempos no muy lejanos y hoy es absolutamente inconcebible, o mejor diríamos, ininteligible. Cuantas generaciones se han educado con ese sentido del respeto a la palabra dada, de la dignidad ante uno mismo, del propio honor.
En un pasaje de la obra, el protagonista, un joven grumete, hijo de posaderos, da su palabra de no escapar a un pirata despreciable y asesino. Tiene la oportunidad de hacerlo, y además a ello le insta un caballero, ante la posibilidad de que, no sólo lo maten, sino que lo torturen lentamente:
Salta y vámonos corriendo- le dice el Doctor:
Doctor, he empeñado mi palabra.
- ya lo sé, ya lo sé-exclamó- eso ya no podemos remediarlo, Jim. Lo cargaré todo sobre mi conciencia, la culpa y el deshonor, muchacho, pero no puedo dejar que te quedes aquí. ¡Salta!
No- repliqué (cuenta el propio Jim)- usted sabe muy bien que, en mi lugar, no sería capaz de hacerlo; ni usted, ni el squire, ni el capitán; ni tampoco he de hacerlo yo. Silver (el pirata miserable) ha confiado en mí, he dado mi palabra, y con ellos me vuelvo.
Supongo que no todo el mundo se comportaría así en aquellos tiempos, pero se entendía esa actitud, se compartía, se consideraba loable y adecuada, digna.
¿Se imaginan eso hoy en día? ¿Puede algún novelista hoy establecer una situación parecida, donde alguien no pueda liberarse de un peligro de muerte únicamente por el sentido del honor y la palabra dada?
En la época de la corrupción generalizada, del aprovéchate mientras puedas y toma el dinero y corre, las carcajadas se oirían hasta en lo más alto de la Giralda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario