Hoy, en Sevilla, ha habido una luz distinta.
Serán las ansias de la nueva estación porque aún es pronto…
Pero no.
Que apareció una luz nueva que me ha sorprendido y desarmado.
Porque la tarde se ha demorado. Son minutos, escasos, que va detrayendo imperceptible a la noche voraz y por eso son recibidos con vehemencia.
Estos días de frío, lluvias y azotes de viento, de verdín de azoteas, de hierbas entre las tejas, húmedos y grises, nos han ocultado esta luz que ha ido creciendo sigilosamente. Y hoy, un cielo despejado y frío, nos ha anunciado con una claridad, naciente apenas, casi exacta a la de ayer, que el invierno se irá.
En el silencio de la plaza, he podido escuchar el ronco rumor con que desde sus entrañas nudosas, los árboles desnudos, añosos, se nutren y palpitan acumulando sol, almacenando vida, tejiendo brotes, ocultando laboriosas gestaciones.
Hoy, el tintineo de la campana lejana, ha llegado más cristalino, porque el aire lo es, más sutil, porque la atmósfera es más pura, y las notas han sonado nítidas, perfiladas, limpias, como la tarde prístina y sin nubes.
Hoy he tenido que apartar con la mano, al pasar por la calle estrecha del mediodía, unas moscas pequeñas que estaban como detenidas en el aire, preludiando insectos y anunciando zumbidos de néctar y calidez de flor.
Hoy he notado que el sol está más cerca.
Hoy he atisbado, imperceptiblemente, con gran alegría, el primer hálito de la primavera.
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