miércoles, 28 de noviembre de 2012

Murillo y Justino de Neve II

Y se entra en el antiguo hospital. Es bellísimo. La conjunción de elementos que se dan en los patios andaluces auténticos, herederos de una forma de entender la vida que escoge lo más perfecto de romanos, árabes y cristianos en los últimos dos mil años, es de feliz armonía y se adapta a este clima nuestro de calores tórridos en verano, de fríos húmedos que calan en invierno, y de luz radiante siempre.
Casa en callejón del Agua

Patio en la calle Cruces


Cass en la Calle Guzmán el Bueno


Los patios del viejo Hospital, son un puro deleite, como lo son los del antiguo convento de la Merced, donde hoy disfrutamos del más hermoso (aunque dejado de la mano de las administraciones) Museo de Bellas artes del mundo. Allí es donde está el mejor Murillo. Entrar en la antigua y monumental iglesia repleta de cuadros maestros es una experiencia inigualable. Muchos que ahora verán estos dieciséis cuadros de esta exposición, tal vez no hayan visitado nunca el otro museo dormido.

Patio del Museo del Museo de BBAA. Convento de la Merced desamortizado

Antigua iglesia del convento
Entrar en los Venerables da que pensar y visitar la exposición es un ejercicio de melancolía.
Cuanto se ha perdido por incuria, avaricia, especulación. Cuanta Sevilla destruida por la ignorancia, la incultura, el odio…
Son muchos los conventos deliciosos desaparecidos. Patios como estos o los del Antiguo Convento de La merced, o incluso mejores, ya no existen. El espléndido convento de San Francisco, el de San Pablo…grandiosos llenos de obras de arte y belleza insólita, los destruyeron salvajemente.
Los franceses primero (el mariscal Soult, de infame memoria, para ser exacto) la malhadada desamortización (con el “inteligente” Mendizabal a la cabeza), la triste “Gloriosa”, los rojos en la “añorada” República, con su quema de iglesias y conventos, y por último la especulación inmobiliaria de los años sesenta y setenta, se llevaron por delante gran parte del alma de la ciudad.

Ahora nos tenemos que contentar con ver de prestado obras sevillanas que están desperdigadas por los museos del mundo (otras ni siquiera han tenido esa suerte).
Pero entremos, entremos…
Lo primero que hay que destacar es que la mirada de Murillo es benévola, compasiva y piadosa. A un paso de la dulzura ramplona. Pero ahí se queda. He ahí el genio. Esto explica que sus infinitos imitadores, nos hayan empalagado hasta el extremo. Las estampitas y cromos nos hastían. Pero ver a Murillo en vivo nos reconcilia con el maestro. Es pura verdad, pura bondad, pura naturalidad. No es artificioso, ni impostado, sino de una deliciosa belleza. Huye de lo feo y lo desagradable y hasta la pobreza cubre con un manto de dignidad, con un fondo de alegría. No es que huya de la cruda realidad es que para él la realidad no es nunca tan cruda. (Y sabía de dolor y de angustias, había perdido tres hijos de una sola vez en la terrible peste de 1649, que no diezmó la ciudad, sino que la dejó literalmente en la mitad)
Es un genio sin paliativos, un creador de tipos y figuras que forman parte irrenunciable de la memoria colectiva de la cultura de occidente.
Su técnica es perfecta en estos cuadros en que ya ha alcanzado su plena madurez, su pincelada es suelta, creadora de unas atmosferas vaporosas y sutiles…donde las líneas se difuminan tenuemente degradándose con suavidad. Los colores, aunque vivos,  se armonizan amigablemente, sin sobresaltos, sin estridencias...
(Se me hizo tarde. Continuara...)


Patinillo de los Venerables y Manolito

 

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