martes, 11 de junio de 2019

AYUNO (IN)VOLUNTARIO

Resulta que en la bandeja de filetes empanados que acabo de sacar de la freidora sólo había uno comestible, los demás, ¡ah, no se sabe por qué misterio de las artes culinarias! tienen un color más oscuro del deseado o una forma que no cuadra con el concepto de lo que según mis dos hijos debe ser un filete perfecto. Será la curva parabólica de los bordes o el tono dorado del pan rayado, yo no lo sé pero ellos los tiene clarísimo porque se pelean a voces delante de mi porque uno, Santiago, ha elegido la preciada pieza. Los demás, para mi de excelente factura, calentitos y crujientes también, no son dignos de sus exquisitos paladares.
Y ahí lo tenemos lucha a muerte por un trozo de carne, cual neandertales ante la última presa encontrada en un desierto helado.
Gritos, vueltas alrededor de la mesa. Trato de mediar ¡Mitad para cada uno!
Santiago llega a coger el filete, aun caliente, con las manos y corre por la cocina. Manolo lo persigue, cuando me enfado y grito que ya está bien, al ver que puede perder su trofeo, el pequeño saca la lengua y marca su territorio, chupa el bistec para hacerlo suyo para siempre.
En estas ha llegado la madre que en un segundo termina con el asunto: ¡Se acabaron los filetes. A la cama sin cenar!
Menos mal que apareció.
Las cosa son más fáciles de lo que parecen.
Se fueron a dormir hambrientos y a la mañana siguiente desayunaron con apetito. Mientras tantos todos los demás con gran tranquilidad y alegría cenamos espléndidamente y cupimos a más filetes. (el chupado incluido)

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