martes, 16 de mayo de 2017

La importancia de llamarse Ignacio


Fui invitado ayer a la entrega de los premios Puerta del Príncipe de las pasadas corridas de feria.
Todos muy elegantes alternábamos en los maravillosos jardines del Alcázar iluminados en la noche, entre copa y copa, bandejas de jamón, toreros, buganvillas, altas palmeras y apellidos de Sevilla de toda la vida.

Me saluda un tipo desde lejos al que no reconozco y sigo a lo mío. Poco después me hace señas de nuevo y me llama por mi nombre.
Qué apuro, resulta que sí, que debo conocerlo y me dirijo a él resuelto y le doy la mano efusivamente- hombre que tal, que alegría...
Ni idea, pero ni idea. Por la edad, saber y gobierno, puedo conocerlo perfectamente, pero no doy con la tecla. Me devano los sesos intentando averiguar algún hecho que me ponga sobre la pista y se haga la luz, pero nada. Menos mal que en ese momento se acerca un amigo de él que espero ayude a resolver un poco la situación. Me presenta- Ignacio- dice, y estrecho su mano. Sin duda me conoce, de nuevo me ha presentado con mi nombre. Hablamos, me entero de que se llama Pedro, ay, Dios mío, ni idea, que si de Granada, que si sus hijos, yo cada vez más despistado. Estoy a punto de rendirme y preguntarle de qué le conozco, pero a medida que pasa el tiempo  me da más apuro. Mi vida pasa por mi cabeza como un torbellino, de derecho, de historia, de la ópera, de museos, un alumno, del trabajo, de Dublín, de Inglaterra... No, es no... ¿será un torero? ¿un abogado? No sé ni qué preguntar por no meter la pata.
Hablamos de toros, me presenta a su mujer, nada, hasta de los jesuitas conversamos y de los Ejercicios Espirituales de San Ignacioporque resulta que el recién llegado también se llama como el de Loyola.

En ese momento me empieza a entrar la risa y me despido alegando que me esperan.

Resulta que no soy el centro del mundo, ni el único Ignacio del universo. Resulta que el tal Pedro se habrá estado volviendo loco, igual que yo, para ver de qué me conocía. El Ignacio al que se dirigió en un principio debía estar detrás de mi, no era yo,  y era éste el que me acababa de presentar, y al decir su nombre me lo estaba presentado a mí, y no al contrario...

Cogí mi bicicleta y llegué a mi casa con la sonrisa puesta.

Resulta qué no somos únicos, ni mucho menos...

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