viernes, 9 de diciembre de 2016

¡BRAVA!



Las cuatro voces principales fueron espléndidas ayer en la Ana Bolena del Maestranza. La mezzo georgiana Ketevan Kemoklidze con un registro amplio y matizado (inolvidable el duo Dio che mi vedi in core) e Ismael Jordi; qué timbre, qué afinación. Tiene una voz aflautada, delgada, recuerda al inefable Kraus, que se adapta a la perfección a la coloratura donizettiana.

Pero excelsa estuvo la norteamericana Ángela Meade.

Cuando quedó sola en el escenario y comenzó a cantar el aria en que, enajenada, suplica volver a su dulce pasado cerré los ojos y empecé a volar. Y no exagero. Sentí como se me erizaba la piel. La dulzura, la delicadeza, la pureza, la sensibilidad, la transparencia, la sutileza de la voz de la Meade, nos elevó, nos dis-locó, porque ya no estábamos en una butaca del teatro sino en el

 dolce castel nati,
en el  
queto rio 
che i nostri mormora sospiri ancor. 
 
La nota final quedo flotando en el aire, vibrando en el silencio, como la cuerda destensada que expulsa la última flecha.
No me pude contener y mi ¡brava! resonó también en el teatro verdaderamente agradecido ante tanta hermosura regalada. Mi mujer me pegaba codazos, pues ama la discreción, y no es que a mí me guste llamar la atención, pero cómo no agradecer momentos tan sublimes. Allí, tan cerca del escenario, con la cantante quieta, trasformada, en éxtasis.

Lo estaba esperando, lo merecía absolutamente:


¡Brava, Brava! 

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo, aunque no te pareció que la voz del tenor se perdía en los duetos y coros?

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  2. Sí, es cierto. No se distinguía bien en ciertos fortes, pero es casi inevitable en voces de tenores ligeros como las de Jordi, muy agudas y claras, que a cambio son deliciosas cuando suenan solas.

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