lunes, 12 de septiembre de 2016

Mea culpa o la lección de las lentejas

Vista a la izquierda

Vista a la derecha
Sin premeditación llegan momentos espléndidos.
La cena ha terminado. Los niños preparan sus cuadernos y materiales nuevos para empezar el cole.
He subido a la azotea, me he sentado en mi esquina favorita, ya que veo el Salvador a mi izquierda y la Catedral a la derecha. Me dispongo a concluir la Odisea. Ulises acaba de cargarse a los pretendientes en un baño de sangre que ni Tarantino. En el spotify he abierto una carpeta olvidada de favoritos que me sorprende y deleita constantemente, suenan Couperin, Handel… en este momento I´ll be seen you canta Billie Holiday. El rosal y la buganvilla están pletóricos gracias a unos gránulos de abono que me han recomendado y la noche está silenciosa.
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He tenido que terminar está entrada esta mañana, ya que mi percepción había sido errónea. Cuando estaba en pleno éxtasis, subió mi mujer recriminándome mi "pacifismo" y lo improcedente de aplicar “el principio de no intervención” mientras ella daba de cenar a los niños, los acostaba y ponía las lentejas para el día siguiente.
Uno que estaba tan confiado en que todo iba rodado en la planta baja. ¡Qué iluso! Aunque la interrupción me sentó como un tiro, debo reconocer que, aunque sin ser plenamente consciente (ella entiende que hubo dolo) era culpable.

La lección es clara: no se puede, ni se debe,  disfrutar de la noche, la brisa y las rosas, si antes no se ha terminado con las lentejas.

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