martes, 3 de noviembre de 2015

Walking to work

Aunque sigo en la misma Consejería he cambiado de puesto, y ahora voy caminando cada día al trabajo.
A cinco minutos de casa, ya sólo esto justifica el cambio. La suerte de pasear por la zona más bonita de Sevilla, que, aunque me tomen por chauvinista, es decir del mundo.

Esta mañana, el sol se colaba por las calles estrechísimas del barrio de Santa Cruz, de la antigua judería, y se reflejaba en un suelo mojado, tras días de lluvia oscura. 
En los charcos se miraban los aleros de las casas, los balcones de forja. Tanto fulgor de sol y espejos me cegaban. Las farolas de brazo, pegadas a los muros, parecían absurdas, blancas al trasluz, por un sol que avasallaba a las tristes bombillas, y se elevaba, triunfante, a un cielo azulísimo y limpio y claro.

La calle vacía aún. Detrás un muchacho con un carro pregonaba, como hace siglos- ¡recojo los hierros viejos!- Como en las mil y una noches -¡Cambio laaamparas nuevas por viejas…! parecía que iba a aparecer la mujer de Aladino de un zaguán.
El soniquete era el mismo de siempre, el del que vendía cisco picón antes de la Guerra, el del que reparaba paraguas, el lañador de pucheros o el que repartía alhucema fresca del Ocnos de Cernuda; el anacalo que llevaba el pan a hornear de Azorín, pero actualizado, porque continuaba, con el mismo son: ¡ordenadores, lavadoras, secadoras microooondas!

Los patios se abren, prometedores, tras las cancelas, con las plantas frescas y chorreantes aún, con los canalones desaguando las lluvias rezagadas de la madrugada.

El sonar de las últimas gotas, el trino de los pájaros mañaneros, el grito del pregón que me persigue y las persianas de los cafés que se levantan chirriantes, me hacen sentir, intensamente, agradecidamente, la vida.

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