lunes, 1 de diciembre de 2014

FIEBRE DE SÁBADO NOCHE

De pronto estábamos solos… Los tres mayores se quedaron a dormir en casa de mi madre, Santi estaba en el campo en casa de un amigo. Y Pilar… Llamé a mi cuñado y se la encasquetamos...
¡Oh, noche de sábado free!
Sin tener nada previsto leí en el periódico la cartelera. A las ocho “Diplomacia” V.O.S en el Avenida. No había oído hablar de ella, pero con internet me hice una idea. No nos defraudó. Es más me gustó mucho. Es una obra de teatro realmente, que transcurre en un solo escenario, la lujosa habitación de un palacete parisino. Dos grandes actores, uno hace de General alemán y otro de diplomático sueco, luchan, dialécticamente, por salvar o destruir Paris antes de la llegada de los Aliados.
El final ya se sabe, pero París es mucho Paris, y aun estando latente y a veces vislumbrado a través de la ventana, sobrevuela toda la obra y subyuga. Tanto se hubiese perdido si la locura hubiese culminado. Y, esto es lo dramático, pudo haber sido así.
En todo caso la disyuntiva moral no causa demasiada tensión, porque la balanza está tan desequilibrada, que pierde profundidad la tragedia. Incluso, cuando se nos informa de que pueden morir la mujer e hijos del General Nazi si este no obedece la orden, el drama se diluye, porque ante la muerte de un millón y medio de personas y la destrucción de todo París qué respuesta cabe sino el sacrificio.
Más verosímil resulta el fanatismo, que se generalizó, derivado de la obediencia ciega y pervertida al Fuhrer, al honor, a la patria. Sí, puedo imaginarme un psicópata, frío y miserable, asesinando sin remordimientos un millón de judíos o apretando el botón que volará la Ciudad de la Luz, porque obedece ordenes superiores que le eximen de responsabilidad.
Los actores salvan una película, que sin llegar a la excelencia, durante una hora y media, con pocos recursos, tiene al espectador interesado, y, al menos en mi caso, se hace corta.

A la salida del cine era la hora perfecta para el tapeo.
Ojú, con Sevilla, estaba hasta los topes… ¿Quién dijo crisis? Parecía que regalaban las cosas…
En los gastrobares pijo-monos de diseño que están de última no cabía un hipters más…
La Brunilda, super chic, hasta la bola, 16 mesas en espera… Ovejas Negras llena de ellas, enfrente La Mamarracha, (los nombrecitos se las traen) con su poquito de cocina fusión, cocina de autor y una pizca de tradicional con un punto internacional, con la gente prácticamente subida a la barra y llegando al techo con sus copazos balón de tinto wueno, wueno y gin tonics cargados de esencias varias, jengibres, eneldos y demás avíos pertinentes y necesarios…
En fin, tras procelosa travesía de bar en bar, llegamos a puerto en Petit Comité, en la calle Dos de Mayo, pero en la barra de fuera, o sea, que el interior estaba empetado, aunque, eso sí, de caras conocidas…
Allí el huevo de granja sobre lecho de patatas y cebolla poché coronado de foie fresco a la plancha, hizo nuestras delicias, y unas aceitunas modernísimas tan chicas como garbanzos, y la presa ibérica con salsa de no sé qué (pero agridulce, por supuesto) y un vino blanco fresco y aromático en copa de fino cristal, grande como un guardabrisas de un candelabro de cola…
Al final recalamos en la hamburguesería gourmet, como no, de la calle Albareda, porque en el Zelay, justo al lado, parecía que tiraban los platos de tataki de atún rojo de almadraba, o sus famosos risottos templados…
Andandito, calmosamente, llegamos a una casa solitaria, como recién casados, con todas las camas sin deshacer, impolutas… los cuartos vacíos.
¡Qué va! ¡no tuvimos el síndrome del nido vacío, para nada!

A la mañana siguiente nadie nos despertó.

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