martes, 23 de diciembre de 2014

FELIZ NAVIDAD 2

(Tuve que pronunciar la semana pasada unas pocas palabras sobre la Navidad. Aquí las dejo)
(Se puede escuchar mientras una villanesca del genial sevillano Francisco Guerrero "Aun niño llorando al yelo")


Y resuenan en nuestra memoria los ecos de las navidades pasadas…

La Navidad es la fiesta de la esperanza pero también la de la melancolía. La Navidad es la fiesta de la infancia, del niño, porque nunca ninguna Navidad será igual que la de aquella ilusión lejana… porque es esa antigua Navidad que llevamos en el último rincón del alma la que fue perfecta, es esa Navidad en la que estaban todos todavía alrededor de las mesas… felices y joviales…

Todo el mundo tiene un recuerdo de la Navidad con el soniquete de la lotería el día que daban las vacaciones… ¡Vacaciones! A la vez que en la cocina ya se trufaba el pavo y hervía el caldo para la Nochebuena, y había un ajetreo luminoso en las casas, y olores sabrosos y cálidos…

Quien no ha sentido la alegría preciosa de abrir las cajas y desenvolver las figuritas de barro y sacar el corcho y el serrín, quien no recuerda ahora el río de papel de plata, y los espumillones y las bolas de cristal

Quien no recuerda el frío de la Misa del Gallo y la bufanda y el abrigo y los guantes, que una madre, siempre atenta, obliga a poner al niño, y el vaho que al salir de la iglesia emitían nuestras bocas al felicitarnos las Pascuas.

Oh, Navidades pasadas, de panderetas y zambomba, de botellas de aguardiente, rin rin, ran ran, hacia Belen va una burra, yo me remendaba yo me remendé, madre a la puerta hay un niño más hermoso que el sol bello, campana sobre campana…

Oh noche de paz, de amor, de fuego y familia, noche jubilosa de la Navidad de un niño que estrena las ilusiones de la vida, que ve estrellas en las luces falsas y correr el río de papel y pastar las ovejas sobre la mesa de pino, sobre la cómoda antigua sobre la que se puso el nacimiento, con las gallinas con las patitas de alambre, y el molino de cartón y la Estrella de Oriente con una larga cola toda de purpurina, brillante como la vida que se espera, como el futuro que se mira sonriente y esplendido como la luz de un cometa…

Oh, blanca Navidad de la ingenuidad intacta, del temor de la noche en que llegan los camellos, y cruzan los balcones, para llenar de oro los pies de nuestra cama, con la muñeca, el oso, los cuentos, las raquetas, los castillos, los cromos, el caballo con ruedas, la bicicleta nueva, la cocinita, el puzle, el tren o la pelota…

Oh, Navidad pasada en la que era Melchor, la mano de mi padre, y Gaspar la caricia de una madre que levanta la colcha y ordena con esmero el embozo arrugado, y besa las mejillas arreboladas del niño emocionado, que sonríe en el sueño, con los ojos cerrados, y que apretó muy fuerte, nervioso ante el ruido para no ver la magia y perder los regalos. Y esa magia, oh, sin duda, ya no se perderá nunca, que la llevamos dentro y aunque sólo en rescoldos, solo con un vaivén de la badila del recuerdo, se prende en una llama, en una hoguera hermosa, de aquello que se fue pero que permanece… cerrad si no los ojos, y volved a los años felices de la infancia, recordad esas noches de pijamas de invierno, descalzos por la casa, los zapatos en orden limpios y relucientes, las copas preparadas, para los labios regios, y abiertos los balcones del corazón que estalla en la dicha de un niño que espera el gran regalo de su futuro intonso…

Yo quiero esos zapatos; que se llenen de nuevo, de ilusión y belleza, de monedas de oro, de esperanza y regalos, porque la vida siempre, nos da un nuevo sentido para seguir andando, una oportunidad, una puerta, una ventana abierta hacia un futuro nuevo, aunque quede ya poco aunque solo sea un año, un mes, sólo unas horas…
Porque nació en belen ahora hace 2000 años, un niño, tierno y dulce, desvalido, desnudo, sin hogar, sin calor, en una noche fría tan sólo acogido por las bestias del campo, una mula y un buey fueron fieles compaña… con su aliento los brutos, su cuerpo calentaron

Oh, qué gran alegría, no me digáis que es triste la Navidad, cómo puede ser triste la noche más hermosa, el nacimiento puro de un niño que nos salva, la curva de María preñada de esperanza en una noche fría…

Oh, no digáis que es triste la noche de diciembre en que comienza el sol a calentar los días y a vencer a las sombras y al terror de la muerte y nos regala el llanto y el arrullo y el canto de una nana de aire cristalino, de candor y pureza, y en que ángeles bajan y con sus alas leves formando remolinos que estallan en el pórtico humilde, llenan de música la noche callada, de luz la tiniebla oscura, de temblores el aura, de misterio el hálito de la madrugada, de plenitud lo inconcluso. Perfecto lo creado, lo que estaba rasgado, con últimas puntadas, se restaña esta noche…

Oh, no digáis que es triste la noche jubilosa en que Dios se hizo hombre, carne como nosotros, barro de nuestro barro, y nos elevó a todos, y nos abrió un futuro que daban por perdidos los hombres desnortados, caídos, avergonzados, porque fueron conscientes de que estaban desnudos,

Desnudo está ahora Dios, encarnado en un niño, su madre, pura y cándida, como una rosa en ciernes, le acaricia en su pecho, lo acoge en su regazo. Mirad como la flor, se recoge en sí misma, y aprieta en su corola el rocío que derrama el Espíritu en la madrugada.

Mirad el arrebol de la aurora que se vislumbra por los cerros lejanos, como se azora ante el color de las mejillas del niño que descansa en el heno, y huye, mirad a las estrellas que palidecen en esta noche fría, ante la corona de ángeles que rodean el atrio, mirad el agua del río que parece turbia cuando en su luna refleja la transparencia pura de la mirada clara de María…

Oh, no digáis que la Navidad es triste, ante tanta belleza, ante tanto fulgor, ante tanta alegría, ante tanta dicha, ante tanto don, ante tanta entrega, ante tal misterio, ante tanta gracia, ante tanto amor…

Cantad a la Navidad, himnos jubilosos, salmos de gozo, aleluyas infinitas… que lo que estaba perdido se ha ganado y todo se haya recogido en la sonrisa mínima de un niño, que ahora yace en un pesebre humilde, en la aldea de Belen.

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