miércoles, 12 de febrero de 2020

ANGELA CHANNING DE HAENDEL



Ayer en el Maestranza asistimos a una esplendida representación del Agrippina de Haendel.
La escenografía actualizada a las teleseries de los ochenta estilo Dallas y Falcón Crest fue un acierto total. Va uno con reticencias ante tal adaptación pero queda uno rendido cuando algo se hace de manera inteligente. Realmente adquirió toda la obra un toque de frescura que quizá, nos acercaba más de lo que pudiésemos pensar a lo que realmente sientiese un espectador de la Venecia de 1700.
No vimos una representación arcaica y polvorienta sino juvenil y próxima. Quiero decir que Haendel era un joven de 24 años cuando compuso esta ópera y el público que asistía al teatro de san Giovanni Grisostomo de Venecia iba a contemplar un espectáculo moderno. Algo de esto se nos ofreció a nosotros ayer.
De todos modos la música de Haendel ha traspasado lo moderno o lo antiguo y se ha convertido en un clásico, esto es intemporal.
Ciertamente fue sobrecogedor cuando la soprano, Ann Hallenberg, comenzó a cantar su aria del pensieri y la voz se fue alargando sobre el teatro y se clavó en los espectadores como un estilete dejándonos petrificados o cuando Ottone en un escenario en penumbra eleva su queja. Son momentos cumbres en los que uno se reconcilia con la humanidad.
Gran noche, sí. La orquesta barroca de Sevilla estuvo sublime bajo la batuta de un Onofri en estado de gracia.
Cuatro horas y media, que parece mucho pero que finalmente nos supieron a poco.

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