domingo, 20 de enero de 2019

EL GRAN TEATRO DEL MUNDO (del que ahora formamos parte)


Venimos al mundo súper protegidos rodeados por una muralla de familiares que nos quieren. Padres, tíos, abuelos más tíos y tías, viejísimos que besan con ternura y dan el aguinaldo en navidad.
Con el paso del tiempo vamos quedando al descubierto. Como en una dentadura perfecta y sonriente se van haciendo mellas.
Nos asombra que se vayan muriendo personas que siempre han estado ahí y que al niño les parecen eternas e inmutables, ajenas al tiempo. Murió el abuelo y fue el primer choque con la muerte. No sabía cómo podría enfrentarme de nuevo a mi abuela vestida de negro pues pensaba que estaría furiosa y enfadada con la vida por tal injusticia, como cuando nos reñía por haber roto una figurilla valiosa del salón,  y me reconfortó que me abrazara con gran ternura. Ahora veo, que ella sabía que era yo, un niño de seis año el que verdaderamente necesitaba ayuda, pues acababa de comenzar a enfrentarme con el mundo, a salir del paraíso de la infancia para siempre.
Somos nosotros ahora que los que vamos quedando en  la primera línea de batalla, ya desaparecieron hace años esos parientes que tanto quisimos en la niñez y hemos ido viendo con naturalidad que la generación anterior a nuestros padres vayan dejando el relevo, cansados y tras una larga vida plena. Son los que podían aun contar historias, que a nosotros nos parecían lejanísimas y fantásticas, de la guerra, en primera persona.
Esta semana ha muerto mi tío Loren, hermano de mi padre, no muy mayor, es cierto, y me he dado cuenta desolado, que en la familia paterna ya no queda casi memoria…
Sólo la mayor de las  hermanas, mi tía, sobrevive, pero, ay, la enfermedad que le aqueja le ha borrado los recuerdos.
Parecía que siempre iban a estar ahí y que en cualquier momento podríamos retomar el hilo de las historias que se contaban en Nochebuena o en las reuniones familiares donde los hermanos reían y nosotros, ingenuos, asombrados, atisbábamos aquellos tiempos fabulosos en que nuestros padres fueron a su vez como nosotros, traviesos y niños que hacían trastadas, jóvenes que iban al colegio y se enamoraban.
Que lejos estaba entonces el tiempo. Cuánto tardaría aun en llegar el momento de las serias responsabilidades.
Quién nos sacara ahora de duda, sobre aquella historia de la bisabuela, cuyo nombre ni sabemos, que perdió una herencia y un titulo nobiliario por casarse por amor con el administrador de sus fincas. Quién, sobre no sé qué carpeta de piel, ¿o era otra cosa?, que regaló el general Espartero, que era ¿amigo? ¿pariente? de la familia y con la cual mi tío Fernando , en la escasez de la guerra se hizo unas zapatillas de casa, ¿o no era así?
No lo sé, ya no lo puedo preguntar, se ha perdido, nadie hay que pueda contestar a eso. Se han ido y se han llevado con ellos sus recuerdos, su memoria, parte de lo que soy y nunca más volveré a escuchar.
Qué triste el paso del tiempo, qué melancolía. Cómo se van disolviendo con los años, las vidas y sus estelas, como en el aire azul la de los aviones, imperceptiblemente hasta que desaparecen.
Donde están hora la casa de mi padre, mis abuelos, con sus risas, sus luchas, sus esperanzas, sus anhelos. Todo se ha desbaratado, todo se ha ido, todo ha desaparecido.
Por entre tanta pérdida, aun nos sorprende, como un rayo de luz entre las nubes, algún destello.
Ayer no más, un señor con el que mantuve una cita, resultó que conoció muy bien esa esa familia y hablando me decía como le asombraba entrar en casa de mi padre y ver a mi abuelo Lorenzo, sumido en una especie de trance mientras escuchaba ópera en un gramófono, cerrados los ojos, apoyada la frente en sus manos, los codos en la rodilla y aislado de todo.
Me emocionó porque es esa la memoria que tengo también del mi padre. Todo se hereda. Oh, con la opera a todo meter, y haciendo gestos como dirigiendo la orquesta, y mi madre, a la que también le encanta pero no hasta ese punto enajenante, diciendo, ¡Paco por Dios, esa música! Y moviendo la cabeza¡ ¡Vuestro padre está loco y nos va a volver locos a todos!
Era algo chocante- en aquella época y aquel pueblo- me decía en aquella conversación. Además los días que había ópera o zarzuela en Sevilla, ellos no iban al colegio, se los llevaba tu abuelo.
Y tenían un teatrito pequeño -continuaba- de juguete con múltiples decorados, con pequeñas figuritas de cartón que se metían con una varilla entre la tramoya y representaban sus obras en miniatura.
Cuando escuche eso casi pego un salto, lo tengo yo ahora en mi casa. Lo guardo como herencia memorable.
Fue un regalo resucitar a través de sus palabras esos momentos idos, mi padre y sus hermanos jugando con “mi” teatrito.
No todo está perdido. Muchas cosas quedan en nosotros, aunque no lo sepamos, de los que se han ido.  Yo soy mucho de mi padre y un algo de mi abuelo que por tanto viven aun. Veo unas fotos mías en una presentación de una conferencia y me asombro del parecido, en el gesto, la pose, a mi padre, casi somos exactos...
También es cierto, que ahora da menos miedo morirse, porque tenemos a tantos allá.
Me invade hoy  la nostalgia, no puedo evitarlo, en este mundo que me va pareciendo cada vez más deshabitado.
Pero espero con ilusión el momento en que todo se recompondrá. (Rom. 8.18)



2 comentarios:

  1. Ay, qué belleza. Qué bien lo has explicado. Es exactamente así. No sé decir más que ¡GRACIAS!

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