martes, 28 de agosto de 2018

MÚSICA PARA UNA PUESTA DE SOL




Tras la última carrera de caballos la gente abandona la playa y se olvidan del sol, que con gran melancolía se esconde tras la línea de gris del horizonte.



Estoy en mi butaca de rayas azules y blancas.

Solo ya, la marea está muy baja y deja una gran porción de arena mojada donde se esconden las navajas, entre pequeñas ondulaciones simétricas que el agua ha formado en su retirada formando una red donde espejea el sol y parpadea la luz.


Con mis auriculares, conecto el Spotify y dejo que suene. Ombra ma fui de Xerxes de Handel.




El cielo se ha puesto cárdeno, el viento refresca la tarde que oscurece y casi tengo frío. La sensación de vida, de plenitud, de libertad, de armonía se acentúa.


Descalzo camino hasta que las olas lentísimas se desmayan tímidas a mis pies, como lenguas transparentes, como las caídas del velo de una Madonna italiana del Renacimiento.




Suena el Laudate Domine de Mozart. 




No hay nadie. Hacia poniente todo esta enrojecido y al trasluz silueteado en negro, los barcos, las boyas que marcan el canal y cuyas luces verdes y rojas parpadean. Hacia Bonanza todavía clarean los azules y el blanco de la arena y el verde de los pinos de Doñana y las barcas pintadas de blanco y rojo que se balancean pacientes, atracadas cerca de la orilla. Las barcas vacías tienen un aire triste, como ovejas sin pastor.

 Es todo malva y oscuro, el mar inmenso casi negro cuando comienza  la canción de la Luna de Rusalka de Dvorak.


Al son de la música suave parece que se mecen los matices indescriptibles en los que el horizonte se funde con el océano… los tonos violáceos, alguna franja malva rojiza, aquella línea fulgida… cada minuto cambia parece que no puede suceder algo más bello aún, pero me equivoco


Las canciones se unen unas con otras como las olas. Saltan solas en el móvil. El Cisne de Saent Saens:







No sé de donde salen y me sosprenden y me conmueven. Comienza una de las Cuatro Últimas canciones de Strauss, Im Abendrot.


Estoy sentado con las piernas estiradas, recostado en la hamaca, los tonos todos se han apagado y se hacen más sutiles. Marte, que dicen que este verano reluce como nunca, aparece en lo alto a tan sólo 57 millones de km y algunas estrellas comienzan a brillar muy leves. Por un momento temo que vaya a perder la conciencia y desmayarme,  de tal cumulo de sensaciones inefables.


Algún paseante pasa detrás de mí. En la oscuridad un gran vehículo que recoge las vallas que disponen para las carreras veo que se acerca, como un monstruo galáctico, con luces encendidas en su frontal enorme, sin ninguna armonía, como un Polifemo desnortado.

Cuando se va todo es calma y oscuridad. Nadie. Pliego mi silla y aunque me resisto me marcho, andando muy lentamente, casi al ritmo lento del kirie que ahora suena de un Réquiem de Faure





2 comentarios:

  1. Gracias Ignacio. Agosto nos ha regalado unas puestas de sol bellísimas. Leyéndote parecía revivirlas!

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    1. Habrá que reelerlo durante el invierno para resistir hasta el verano... Un abrazo.

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