viernes, 23 de junio de 2017

Otras maravillas de Sevilla



Al final la paciencia de mi esposa se colmó, se levantó enfadada y terminó por castigarles, a uno sin ir a entrenar, al otro sin el cumpleaños de un amigo en una pizzería. A medida que iba desgranado los castigos , yo desde atrás me llevaba las manos a la cabeza y me daban ganas de gritar: ¡no, no! ¡detente!, pero ya era tarde. Una vez lanzada la maldición es irremisible. A pesar de que traté de aminorar el castigo y que, como la bella durmiente, la muerte fuese paliada por el sueño, no lo conseguí. Como no se puede desautorizar al otro me tragué mis reconvenciones aún pensando que era un castigo excesivo por no habernos dejado descansar  en la siesta, máxime cuando me dijo: porque tu ahora te vas toda la tarde y soy yo la que tengo que apechugar con ellos,  y evidentemente me tuve que callar, porque la razón la desbordaba.

Efectivamente iba a recoger a Ángel Ruiz que de estar por la mañana En Compostela, llegaba al aeropuerto sevillano. Menos mal que ha bajado el calor, pues estos días atrás, infernales, me hacían temer que aquél nunca más volvería a esta ciudad tras ser asado vivo.

Hay una mezcla de ilusión y expectación cuando se va a conocer personalmente a alguien al que ya realmente conoces muy bien, aunque siempre haya un atisbo de incertidumbre. En mi caso, no la había y mis certezas y expectativas se confirmaron.

Para dejar a Ángel en su hotel recorrimos con el aire acondicionado puesto, todo el centro de Sevilla. Yo ya empecé a disfrutar, mostrando los encantos de mi ciudad a una persona de la exquisita sensibilidad de éste.

A partir de ahí todo fue un cúmulo de momentos inolvidables.

Tras dejar a Ángel en su hotel, recogí a Enrique García-Máiquez,  que estaba saboreando un helado cerca de la Magdalena, para celebrar la doble negación del doctor. Le acompañaba Abel Feu, al que siempre es un placer encontrar, aunque tuvo que irse pues sus deberes paternofiliales y deportivos le acuciaban, y de nuevo con Ángel, comenzamos un periplo por las calles de Sevilla, al fresquito de la tarde y de los aires de las tiendas de la calle Sierpes, que entusiasmaban a Enrique, tras su reciente y cálida experiencia real.

Dejo a Ángel, si lo tiene a bien, relatar lo que queda, el Salvador, la entrada de rondón en la casa del eminente arquitecto, la divertida presentación en la galería del columpio, (siempre se vuelve a la escena del crimen) las tapitas en la plaza y el cóctel (con y sin) a la vera de la Giralda.

Hay noches espléndidas, interesantes, divertidas, mágicas y únicas,  tal ayer.




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