miércoles, 12 de abril de 2017

ESTACIÓN DE PENITENCIA


Otro año más, gracias a Dios, nos revestimos todos con las túnicas de ruan negro. Santi con el roquete de encaje de monaguillo, Manolo de acompañante de preste, aún no tienen la edad, estos dos, para salir de nazareno.
En Semana Santa vemos gráficamente como se pasa la vida, porque antes fuimos mis hermanos y yo los que acompañamos a mi padre y ahora son nuestros hijos a los que llevamos de la mano. A Ignacio y a Reyes no, claro. La mano de Ignacio es más grande que la mía.
En la cripta a los pies del altar de la capilla están depositadas las cenizas de mi padre. Ahora cuando acudimos cada Lunes Santo, la emoción se hace más fuerte, el vínculo más estrecho.
Antes de salir, tras la misa, se canta la Salve ante el paso de la Virgen de las Tristezas. Desde mi posición no veo la imagen, sólo las caras descubiertas de los nazarenos, que dirigen a ella sus miradas.
Una chica joven no puede terminar el canto, la tengo en frente, de perfil, no sabe que la veo, y ha ido cambiando el rictus poco a poco hasta que rompe a llorar silenciosamente y apoya el rostro sobre el capirote que lleva en sus manos, para que nadie lo note. Sabe que su padre, ahora en el hospital, no volverá a esta capilla el año que viene, no volverá a vestir la túnica de la hermandad a la que ha dedicado sus desvelos toda su vida.
Se entenebrece la iglesia y a la luz de los hachones van saliendo los tramos de penitentes a la tarde malva.
En el silencio tenue se escuchan sólo el entrechocar de las cruces que nos van entregando para salir, como se escucharían, horribles, los golpes secos de los clavos en el Calvario.
Son cinco horas de absoluto silencio, mirando al frente, sin cambiar de postura. Abrazo a la cruz, oculto bajo el antifaz. Da tiempo de rezar, un rosario, otro, otro. Este por esto o por lo otro y vas encomendando a vivos y muertos, sabiendo que el muerto que va detrás colgado de la cruz nos salvó a todos.
Este sacrificio, esta penitencia, este aburrimiento, este dolor de espalda o de hombros al cabo de las horas, es tremendamente absurdo, es un puro escándalo en el mundo de hoy. Esta caminata sin sentido de cientos de figuras silenciosas, oscuras y afiladas, redime, sin embargo a la Semana Santa de Sevilla.
En unos de los parones, los guardias dan paso a la gente que espera para poder cruzar la cofradía, los veo pasar en masa, apresurados, antes de que corten de nuevo y reanudemos la marcha.
Esa masa confusa, es variopinta, de toda edad y condición. No es nada atractivo ver toda esa gente informe. Me doy cuenta de que mi mirada es cómo la de un entomólogo, fría y crítica. Lo más alejado de una mirada cristiana que se pueda imaginar y  a la que me veo abocado, máxime en este lugar y con esta túnica.
Hago el esfuerzo y pienso que cada uno de ellos soy yo, no “como yo”, sino que “soy yo”, y los rostros adquieren forma, las figuras nitidez. Cada uno de ellos, tan alejados, muchos, de mi estética,  mi educación, mi sensibilidad, soy yo, y el Cristo que me sigue los pasos, los conoce a todos y ha muerto por todos. Esto tan sencillo, esta obviedad cristiana que nos enseñan desde antes de la primera comunión, debo aplicármelo más a menudo, para sentirme prójimo del prójimo. A ver si se saca algún provecho de esta larga penitencia.
La luna, como uno de los treinta denarios, nos acompaña siempre, lo mismo aparece tras la espadaña y el ciprés como por encima del semáforo que parpadea.
Al llegar de nuevo a la capilla, aun con el rostro cubierto por el antifaz, todo umbroso, veo entrar los pasos, me apresuro a sacar a Santiaguito de la turbamulta de pequeños monaguillos. -Soy papá - le digo en voz baja para que me distinga, y mientras entra el palio, lo cojo en brazos. Viene cansado, con el canastillo vacío de caramelos, y la botellita sin agua. Descansa la cabeza sobre mi hombro y le beso a través del ruan negro.
Bendición solemne. Entre los capirotes altos, atisbo el Santísimo. Tantum ergo, se escucha. La campanita multiplica su ráfaga argentina en el silencio fúnebre.
Ha terminado la estación de penitencia.
¡Hermanos pueden descubrirse!

Hasta el año que viene si Dios  quiere.

2 comentarios:

  1. Hola Juan, acabo de leer tu entrada y me llega a lo más hondo. Ciertamente, el ser nazareno de una Hermandad no se aprende en la escuela, ni Universidad, lo consigues desde la cuna, compartiendo las tradiciones en casa y en su entorno familiar que se extiendo a su barrio.
    Son experiencias imborrables vividas con intensidad, al margen de si eres creyente de adulto o no, son tus más queridas tradiciones y las vives con tus hijos y nietos, sin olvidar aquella etapa de tu niñez que te marcó cuando ibas con tu padre y que ya no está...
    Sensible y espontánea, es muy de agradecer que compartas con nosotros tus sentimientos, grandes y bonitos.
    ¿sabes? de los comentarios se aprende mucho y te afirmo que estoy encantada de estar entre nuestro grupo.
    Ea, esta Madrugá las veremos todas y para ayudar a pasar las horas, tengo hecha una fuentecita de ricas poleás ¿quién se apunta?
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Un abrazo, M. Carmen. Gracias por tus comentarios. Espero que la madrugada la pasases bien, y a pesar de las espantadas las pudieses ver todas. Saludos.

      Eliminar