miércoles, 10 de agosto de 2016

Rua das janelas verdes


Íbamos a Pontevedra y paramos en Lisboa. En la Rua das Janelas Verdes, un hotelito discreto y precioso. Se trata de un  antiguo hospedaje, fundado allá por la segunda mitad del XIX por una pareja de damas inglesas que se instalaron en un antiguo convento carmelita desacralizado por el marqués de Pombal, junto a la residencia de un pastor protestante, que vino a convertir a los lisboetas. Da para una novela.

Pasillos larguísimos con suelos de madera gruesa y pulida. Muebles y aparadores de roble. Una salita inglesa desde donde se vislumbra un retazo del mar entre las fachadas de azulejos de las casas de enfrente.

Mucho silencio. Una terraza con flores y plantas y el suelo de piedra. La casa tiene algo de laberinto y parece hecha de piezas inconexas.

La rua es tranquila y en la puerta del hotel, para descargar las maletas, el mozo nos dice que paremos allí sin problema, en medio de la rua, por la cara, ocupando el carril. Los portugueses no se enfadan y esquivan mi coche cuando el otro carril queda libre. Nadie pita, nadie se extraña, nadie me grita. Me fui y aparqué en una zona azul, donde el parquímetro estaba estropeado y me dijeron que no tenía que pagar.  Al partir del hotel al día siguiente ya cargué sin ningún pudor y ninguna prisa. En medio de la calle. Los portugueses ni me veían y pasaban por el otro lado, comprensivos y amables. En España, tan legalistas nosotros, nos hubiésemos desgañitado mentando a la madre del que osase interrumpir la calzada y habría tenido que transportar maletas y equipaje desde el fin del mundo antes que interrumpir la sacrosanta circulación.

Cuando salía para Oporto pregunte a un guardia local. Estaba a 50 metros de la dirección correcta, pero tenía que pasar por un carril reservado a transporte público. Me dijo que pasase que si no me iba a perder dando vueltas, estando tan cerca… Igualito que en España, donde me hubiesen mandado a la chimbamba, con niños y maletas incluidos, antes que infringir la norma, cuya misión es no colapsar el carril de autobús, cosa que yo no iba a hacer,  pero no importaría, la norma es la norma me hubiese indicado algún policía ufano y cerril. La tiranía de la sensatez…

Prefiero Portugal, su campechanía y el insensato desenfado de la calle de las ventanas verdes.


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