jueves, 9 de junio de 2016

Conciertazo

Hace bastante calor y nos dirigimos Reyes y yo a la audición de final de curso Reyitas en el conservatorio. Íbamos con el tiempo justísimo, como siempre.

-Que soy la primera- nos avisa por el móvil- y estoy a punto de empezar-
¡Vaya! Me adelanto, corriendo por la calle Jesús del Gran Poder arriba.
Por lo menos que esté uno de los padre (el progenitor A) en tan feliz evento.
Llego a punto del colapso. En el pequeño salón de acto está puesto el aire, menos mal. Justo cuando va a empezar llega también el B.

En el estrado aparece mi hija Reyes.
Lleva un "mono" que le ha comprado su madre y está monísima, con sus casi catorce años, que cumple el mes que viene. Para comérsela. Yo como padre, la veo colocarse en el estrado, afinar la viola de gamba, tan seriecita y ya me basta. No necesito escuchar nada. Me pondría a aplaudir directamente. Mi mujer se ríe, mientras yo le comento en bajito-¿pero tu estas viendo? pero si esta preciosa, pero si... -y mientras se me cae la baba le voy relatando las virtudes de mi hija mayor, asombrado de que no se ponga en pie todo el auditorio y comience a piropearla.  Y ciertamente es sorprendente ver como ha crecido. Allí en el escenario, me doy cuenta. Con el pelo bien peinado, brillante,  recogido con dos horquillas a los lados, que dejan al aire los lóbulos de las orejas, delicadas, con sus perlitas de los chinos, el cuello esbelto, tan delgadita, tan, no se cual es la palabra, tan.. nueva, tan núbil, tan gentil... la veo de otra manera y me admiro, me conmuevo. Después toca una pieza de Telemann acompañada de su profesora.
¡Maravilloso! No me pregunten como tocó, porque me da igual. Para mi fue la mejor y me compensó el viaje, la carrera y el bochorno.

¿Que soy un padre ridículo y se me ve el plumero?
Pues sí.

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