lunes, 11 de noviembre de 2013

Puente de Todos los Santos II

El agua estaba helada pero los más valientes nos bañamos antes de comer y los niños todos. El sol estaba radiante, la playa vacía y el cielo azul. Bañarse así, fuera de temporada se disfruta más. El día anterior en Sevilla ya hacía fresco y estábamos todos inmersos en la vorágine de nuestras tareas habituales, oficina, cole, clases, deberes; llevar y recoger niños…
Y a sólo unas horas y no muchos kilómetros ¡otro mundo!.

Habitación con vistas
 He de romper una lanza en pro de las playas gaditanas (que son las mías) y es que su arena fina y dorada son incomparables, estas del mediterráneo es negruzca.
Al fondo se recortaba el Peñón. Así visto tan de cerca, emergiendo abruptamente del mar, hace un efecto peculiar y asombroso. Como no, también doloroso. Pensar que se halla en manos de la “pérfida Albión”…
África, entre brumas, elevaba sus montañas grises azuladas sobre la línea azul grisácea del horizonte marino, perfilándose en un cielo alto y limpísimo, sugestiva, incitante. ¡Tan cerca y tan lejos!
Entonces nos percatamos de que verdaderamente somos el sur más sur y del carácter excéntrico con el que siempre se nos habrá visto desde la Europa fría de anglosajones y teutones.


Benahavís, es un pueblo idílico, lo que saben bien los extranjeros que lo han ocupado al completo. Entre la sierra y el mar y un clima único.
Al día siguiente me impacto la visita a Puerto Banús. Hacía años que no iba. Realmente te hace pensar. Cómo se pueden poseer esos barcos, cómo se pueden comprar en esas tiendas…
No sé, en Londres o en París impactan menos, pero aquí, tan en medio de la nada, un puerto con unos comercios mirando al mar, esperando la entrada de los yates para que sus pasajeros se gasten seis mil euros en un bolsito, o cuatro mil en una “rebeca”… Si están en los escaparates, supongo que alguien lo comprará, digo yo…
¿Se puede uno acostumbrar a eso? ¿Se puede ser frívolo hasta ese extremo? Es obvio que sí. Uno reconoce la capacidad del ser humano para acostumbrarse a todo. ¿Cómo se puede vivir en un campo de exterminio? Pensamos cuando vemos esos reportajes tremendos o películas sobre la infamia, yo no lo soportaría, moriría antes. Pues no, se sobrevive. Algo así debe pasar con la fastuosidad del dinero y la vida del lujo desorbitado, que al final uno se acostumbra y se cree que se lo merece… No sé…
Sencillos zapatitos, expuestos como joyas. ¿El precio? Ni lo sé.
Pedazo de automovil. El dueño antipático como él solo, cogío un cabreo de espanto cuando los niños se acercaron y comenzó a pitar . Se fue como una exhalación en medio de nuestras risas.
Los coches descapotables pasaban a nuestro alrededor y los niños se hacían fotos junto a ellos, con unas marcas carísimas (cuyo nombre yo desconocía).

Después fuimos a misa a Marbella. En la Iglesia Mayor, nos sentimos como en casa tras ese paseo por la extravagancia. Cada cosa se puso en su sitio. Qué confortable saberse invitado, sentirse parte, de lo sencillo, lo íntimo y lo importante.
El mar seguía siendo el mar...

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