viernes, 26 de julio de 2013

CINE DE VERANO

Junto a un olor olvidado, no hay nada que tenga un poder tan fuertemente evocador como la música. Una canción, incluso una mala canción, te puede transportar, sin pedir permiso, a otro tiempo, a otro lugar, a otras personas…
Estoy escuchando, por casualidad una canción de Julio Iglesias, "Sentimental". Y me viene de golpe con toda la fuerza irreprimible de la nostalgia de la infancia, el cine de verano de Sanlúcar.
Esta canción la ponían sistemáticamente al terminar la sesión, todos los días, mientras íbamos saliendo, todavía con las imágenes de la película en la retina y medio obnubilados con la magia del cine, con el sonido de fondo de las sillas plegables entrechocando y los comentarios de las gentes.
¡El fantástico cine de verano de Sanlúcar!  El  denominado "Gran Cinema", donde hoy se alzan unas viviendas feas y anodinas.
Sólo ponían películas de niños, una diferente cada día del verano. Allí vimos mis hermanos y yo todas las famosas del Oeste, que reponían, las de Luis de Funes, las de Terenci Hill, la Guerra de las Galaxias, algunas de Tarzán, de aventuras, de piratas, de guerra…
Haciendo honor a su nombre era un cine enorme, con una pantalla gigantesca pintada en la pared y que cada verano aparecía flamante, recién blanqueada. Con tres "categorías": unos bancos de piedra sin respaldo, la más barata, un duro. Claramente desaconsejable, donde no nos dejaban ir por el "pelaje" del respetable.
Separados por unas vallas, las sillas ya eran de tijeras, de madera y por último, la zona de "preferente" con sillas pintadas de azul y rojo, con respaldo y brazos, todo un lujo. Allí íbamos los veraneantes y la gente bien de Sanlúcar. La jerarquía estaba claramente establecida: 10 pesetas.
Fuera se acumulaban todos los puestos de chucherías del pueblo, que iban llegando a la caída de la tarde,  donde nosotros los niños nos veíamos desbordados, sin saber que elegir ante esos carritos repletos de maravillas y delicias, pipas, chicles bazooka, regaliz rojos, caramelos. El de la vieja desconfiada vestida de negro, que refunfuñaba sin parar y que nunca envejeció durante todos los años que rondó por allí, porque ya era vieja de siempre, y que te abría la mano, la pequeña mano, donde tenía uno apretada los fresones o las gominolas, -A ver, a ver- decía de malos modos. Y tocándolas con sus dedos, no muy aseados, iba recontando,- unos, dos,tres...¡cinco pesetas!- concluía.  y sacábamos nuestra moneda del bolsillo, en el truque maravilloso entre la vieja y el niño, el dulce tesoro,  impagable,  de los cartuchos de golosinas a cambio de unas monedas gastadas.
Y entrábamos en el cine ilusionados. Con fruición ya habíamos visto los cartelones con fotos que ponían en la fachada, con los momentos más significativos, que al salir, una vez ya vista, nos deleitábamos en remirar comentando las hazañas de los héroes, las peleas y puñetazos, que allí estaban reflejados. ¿Te acuerdas cuando...?- decíamos y relatábamos lo que más nos había impresionado...
Los últimos días de agosto ya refrescaba e íbamos bien pertrechados con botellas de agua e incluso algunas mantas. La tata, nos iba cubriendo con ellas las rodillas desolladas de pantalones cortos, cuando nos íbamos quedando, tantas veces dormidos, con la cabeza en posturas impensables o apoyados en su regazo, cálido, mullido y materno. Las grandes damas de noche cubrían los largos muros y, abiertas, esplendidas, a la oscuridad estrellada de aquellos veranos, invadían con su efluvio el gran recinto. La penumbra, la película mágica, el olor profundo, las pipas, las vacaciones larguísimas...¡Qué colmo de dicha y plenitud a los siete u ocho años!...
A veces se acababa la botella casera fresquita. Eran demasiadas pipas saladas y demasiadas bocas resecas para tanto niño y teníamos que levantarnos, como si estuviéramos en un desierto, y acudir al bar, corriendo para no perdernos nada, andando para atrás en la oscuridad y mirando la pantalla. Los vasitos de duralex estaban preparados en la barra, ¡a una peseta cada uno!, nos lo echábamos al coleto de un trago y volvíamos presurosos -¿Qué ha pasado? ¿Qué ha pasado?- urgíamos a nuestro vecino de silla, que nos contestaba molesto: ¡No haberte ido!
Hoy todavía,  cuando la dama de noche, me invade con su espiral fragante, vuelvo a mi infancia, a Sanlúcar. Regreso al Gran Cinema de la Calzada, vuelvo a mis noches de veranos ingenuos. Como hoy, la canción dulzona de Julio Iglesias, que hace tantos años que no escuchaba, me ha traído de nuevo al corazón, me ha re cordado virulentamente, mi infancia, ya lejana. Esas salidas del cine verano, de madrugada, adormilados, cuando, al llegar a casa, siempre estaban papá y mamá, morenos,  jóvenes, esperando...

(Evidentemente, con la edad,  me estoy volviendo un verdadero y lamentable “sentimental”)

4 comentarios:

  1. Bueno, pero lo describes muy bien, en todos los aspectos. Nunca estuve por aquí en cines como el que cuentas, aunque este verano han programado, aquí donde vivo, cuatro películas para un cine de verano. Mi sobrina ha estado y no ha estado del todo mal, aunque las películas programadas son casi exclusivamente infantiles, o infantiloides, más bien. En fin, el verano avanza inexorablemente.

    Un saludo

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  2. Ya estoy llorando Ignacio!, desde qué me dijo Edmundo que tenías un blog ayer, tenía unas ganas de llegar a mi casa para leerte...... Siempre fuiste un sentimental, lo malo es que yo.... también.
    Un abrazo guapo, aquí tienes a otra humilde seguidora.

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  3. Vaya par de dos! Me alegro que te guste. Un abrazo.

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