jueves, 11 de julio de 2013

¡BEATA TUMBONA!

Tras la lucha con las rosas, me miro las manos llenas de arañazos y también una línea roja en el tobillo. Pero he vencido. Estoy recostado al fresco de la noche en la azotea.
Ha temblado el foco bajo el que leo, un instante, y la Giralda, a lo lejos, se ha apagado. No sé porqué. Cuando vuelvo a mirar está de nuevo incandescente.
A estas horas de la noche todo está en orden. Los niños abajo dormidos.
 Hoy ha sido el cumpleaños de Reyes, once, y la tarde, con varios invitados, bastante ajetreada. A Pilar le han encantado las “teresas” (sic) y se ha pegado un atracón dejando sólo los huesos.

Yo tenía que meterle mano a la azotea, barrer las hojas secas, rellenar varias macetas, trasplantar otras que estaban aprisionadas, quitar las malas hierbas, echar abono… Siempre lo iba dejando. Hoy por fin, no sin pagar mi tributo a las rosas, lo he dejado todo como nuevo.

 Los jazmines se mecen satisfechos recién regados, igual que yo en mi tumbona.

Pero ahora llega lo mejor. Esta tarde fui a la librería y caí en la tentación. Tengo en mi poder el último de Trapiello, y el pequeño libro de Rocío Arana. Cuando fui a la presentación de este “La llave dorada”, no lo pude comprar, porque, oh, como siempre, no llevaba ni un euro en el bolsillo. Me sentí un poco avergonzado entonces, ¡sólo nueve euros! Hoy me he desquitado, y además he dejado encargado los dos tomos de los diarios de Iñaki Uriarte ¡qué ganas tenía! y he tocado y sopesado y hojeado, pero no me he atrevido a llevarme, el hermoso libro de las poesías completas de Emily Dickinson. Pero caerá. Mi santo se acerca.

Por fin en la azotea recién regada, he sacado los libros de la bolsa. “Miseria y Compañía”. Lo he tenido unos minutos en mis manos sin atreverme a despojarlo del celofán. Disfrutando de las vísperas. Al fin lo he abierto. Qué gustazo un libro nuevo. Qué expectación, que sé de antemano que, en este caso, será satisfecha. He leído morosamente el prologo, y las primeras páginas, muy pocas. Lo haré con delectación, y en pequeñas dosis, para que no se acabe.

Qué paz. Qué armonía. Ni un grito. Ni un llanto.

¡Beata tumbona!

¡El mundo está bien

 hecho!

2 comentarios:

  1. Qué bien describes uno de los no pocos placeres de leer: la soledad que no es soledad. El buen libro, tal como lo evocas con esta entrada, es materia transformada en espíritu. Gracias por la reflexión tan trabajada. Un saludo.

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