viernes, 24 de mayo de 2013

DESDE MI SILLA

Había comprado caracoles en la Alfalfa. Los caracoles anuncian el verano, las tardes largas y negligentes de sonrosadas nubes, mientras se espera que venga el fresquito y mueva los toldos que se aburren recién descorridos.
Coloqué una silla en mi balcón. Es un placer que hasta ahora me estaba vedado. Con niños pequeños este hecho intrascendente es imposible. Es una invitación, que aceptarán seguro, a tirarse por él. Aún ahora, no me fío, la pequeña de cuatro años ya debe de ser consciente de que las caídas desde un tercero pueden ser dolorosas. Unl bebé de uno o dos años al observar una silla y un balcón verá un trampolín, considerará de modo indubitado que es una diversión que no puede dejar pasar.
Desde allí me dispuse a esperar la llegada de la hermandad del Rocío de Sevilla, con sus caballos, bueyes, cohetes y su hermosa carreta de plata. Acababa de empezar uno de los diarios de A. Trapiello. Subyugante. Con una prosa bellísima a veces y páginas para enmarcarlas. Santiago está impaciente por ver, ya ha aprendido, los “güeyes” y comprobar después si ha caído en la azotea algún palo tiznados de los cohetes.
 Limpísimo, peinadísimo, bañado y descalzo como siempre,  lleva un yogur de plátano en la mano. Derrama una cuchara a mis pies. Me mira culpable, levantando la mirada despacio, pero pronto brilla una luz resolutiva en sus ojos. -Esto lo soluciono yo en un momento, don´t worry-, parece decir. Y efectivamente. Se agacha y raudo, no me da tiempo decir ni pío, con la mano arrugada, tibia y olorosa aún, lo refriega todo por el suelo y después se limpia en el pijama.¡Ya está,!- me mira, de nuevo- , aquí no ha pasado nada . No problems-
 Yo me callo. Ya no tiene remedio. No voy a levantar la cólera materna con admoniciones vanas. Abro el libro y sigo leyendo. El sol ya se ha puesto por el Aljarafe malva y gris que disfruto desde mi silla. Se escucha a lo lejos el tamboril y ya veo entrar en la plaza los primeros caballistas.

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