La vida sigue su curso. Estamos confinados pero esto no tiene mérito alguno. Si no estás sufriendo directamente la enfermedad estar en casa toda la familia unida es una bendición.
Todas las noches vemos películas juntos. Manolo recostado sobre mi, un brazo estirado sobre el cabecero del sofá reposa sobre el musculoso de mi hijo mayor y con la otra mano agarro la del pequeño Santiago. Esto es algo inédito. Todos los días tomamos bizcocho casero para merendar, hoy hay tarta de queso.
Me he puesto a pintar los balcones, que buena falta le hacían. Veo como sacan un muerto tapado con una sábana y lo introducen en un coche de la funeraria. No es el primero que veo. Son ancianos de la residencia de San Juan de Dios afectados por el coronavirus. No puedo seguir tal cual, me pongo de pie y junto a Santiaguito, rezamos hasta que se aleja el coche de la plaza.
Esto es sólo el comienzo.
Le gestión es demencial. Mi hermano médico ha estado en contacto con varios compañeros de urgencias infectados, teme que al reanudar sus tareas en cardiología afecte a pacientes y compañeros y solicita hacerse la prueba. Tras muchas dificultades se la realizan. Se supone que en pocas horas saldrá de dudas. Lleva un día y medio y aún no sabe nada. Si esto es así entre los propios sanitarios qué será del resto.
Esta sociedad no cree en la vida eterna, por ello la salud es lo único importante. Nos dicen que esto es una guerra. No es cierto, en la guerra no es la vida lo primero. Se entrega la vida por valores más altos. Esta situación de confinamiento universal es única en la historia. Sacrificamos todo por la salud del cuerpo, que es lo único que nos queda. Las consecuencias de esta suspensión absoluta de la cotidianidad están por llegar.
Las iglesias siguen cerradas.
Me reconforta que un amigo que sí puede comulgar se acuerde de mi y de mi familia. La Comunión de los Santos parece que no se ha interrumpido.
Como siempre hay también muchos héroes y mártires.
Jóvenes policías, militares, médicos y enfermeras muertos en el ejercicio de sus labores. Un sacerdote agoniza por ceder su respirador a otra persona; ancianas y monjas haciendo mascarillas en sus casas...
Nos sobrecoge la maldad de Holanda desde donde nos recriminan que tratemos de salvar a los ancianos. Han llegado a la cúspide de la deshumanización escalonadamente, aborto, eutanasia... Hitler sonreirá desde su tumba.
Hoy vamos a hacer una paella en la azotea que está espléndida y en la que ya empiezan a salir los agapantos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario