jueves, 27 de febrero de 2020

El Queco y la Queca

Como continuación de lo de ayer, cuando hube paseado por los claustros evocadores subí a ver la exposición  "El abrazo, artistas en diálogo" quedé verdaderamente patidifuso con algunas obras.
Aquí os dejo una de una gran belleza conceptual. Tras preguntar al vigilante si era o no parte de la exposición, a lo que contestó afirmativamente, pronto quedé cautivado por los efectos del blanco sobre blanco.
Allí en una esquina solitario, defendiendo el "corner" donde se unen las líneas perimetrales de los muros que buscan el recto ángulo de lo infinito, con su prístina pureza, con su humildad perseverativa, con la diasténica figura climática, en un afán de eternidad estólida que unifique espacios y entornos, estructuras y contracturas, informalismo y deconstrucción, alentando diálogos, cuestionando prejuicios, desalentando arbitrios y vulnerando escrúpulos sincréticos, allí la obra nos interpelaba, superando la verosimilitud de tiempo y tránsito.

El Queco y la Queca


Qué coño es esto
Qué carajo es esto.

miércoles, 26 de febrero de 2020

ESPACIO SANTA CLARA



Así se llama ahora el antiguo convento cuyas estancias abandonaron las monjas hace unos años.
Sólo la mitad está restaurado y la otra en una decadencia que espera mejores momentos.

Entré ayer tarde, en una tibia tarde, ya es primavera en Sevilla, aun antes que en los grandes almacenes. Los naranjos estaban florecidos y me adentre por los jardines solitarios de lo que antes fue clausura. Como no había absolutamente nadie, era como vulnerar el hortus conclusus y sentía ese pudor del que se cuela en un recinto todavía consagrado por la vida pura del monasterio.
Qué belleza remansada en las piedras ruinosas, en la torre románica, en el sonido de los pájaros, en la luz dorada del poniente.
El patio con la fuente de mármol era un lago de silencio, de trinos y naranjos. A él se abren las puertas de las salas de azulejos de arista con dibujos de brocados antiguos venecianos, que tan sevillanos nos parecen hoy. El refectorio en penumbra se alarga con sus bancos corridos, su friso de cerámica, su púlpito labrado, su artesonado geométrico, el suelo pulido de barro y olambrilla.

Nos llegan aún el sonido de las cucharas de madera chocando en los cuenco de loza, entre lecturas pías . Nos vienen a la mente esos bodegones sobrios de Menendez o Sanchez Cotán, un cardo, una vasija, una hortaliza sobre el alfeizar desnudo.

Se suceden las puertas, los arcos, una cruz sobre el dintel al contraluz del patio que se abre al fondo, como una promesa luminosa.

Tanta belleza inesperada me humedece los ojos. Me ha sido regalado inmerecidamnte un instante de fulgor, como si un relámpago iluminase súbito un oscuro paisaje, como si en la caverna nos hubiese sido dado el volver la cabeza fugazmente para ver, in ictu oculi,  la realidad de las sombras...







miércoles, 12 de febrero de 2020

ANGELA CHANNING DE HAENDEL



Ayer en el Maestranza asistimos a una esplendida representación del Agrippina de Haendel.
La escenografía actualizada a las teleseries de los ochenta estilo Dallas y Falcón Crest fue un acierto total. Va uno con reticencias ante tal adaptación pero queda uno rendido cuando algo se hace de manera inteligente. Realmente adquirió toda la obra un toque de frescura que quizá, nos acercaba más de lo que pudiésemos pensar a lo que realmente sientiese un espectador de la Venecia de 1700.
No vimos una representación arcaica y polvorienta sino juvenil y próxima. Quiero decir que Haendel era un joven de 24 años cuando compuso esta ópera y el público que asistía al teatro de san Giovanni Grisostomo de Venecia iba a contemplar un espectáculo moderno. Algo de esto se nos ofreció a nosotros ayer.
De todos modos la música de Haendel ha traspasado lo moderno o lo antiguo y se ha convertido en un clásico, esto es intemporal.
Ciertamente fue sobrecogedor cuando la soprano, Ann Hallenberg, comenzó a cantar su aria del pensieri y la voz se fue alargando sobre el teatro y se clavó en los espectadores como un estilete dejándonos petrificados o cuando Ottone en un escenario en penumbra eleva su queja. Son momentos cumbres en los que uno se reconcilia con la humanidad.
Gran noche, sí. La orquesta barroca de Sevilla estuvo sublime bajo la batuta de un Onofri en estado de gracia.
Cuatro horas y media, que parece mucho pero que finalmente nos supieron a poco.