domingo, 24 de diciembre de 2017

Feliz Navidad

Adoración de los pastores. Murillo. Serie para el convento de Capuchinos de Sevilla. Museo de BBAA.

Y dejando las candelas
en aquella noche fría
van los pastores temblando
a decir Ave María

Y al ver tanta plenitud
en un establo tan breve
van dejando sus mercedes
al pie del niño Jesús

Oh, pastorcicos sencillos
que tuvisteis la ocasión
de dejar el corazón
al pie del recién nacido

quien pudiera haber dejado
sus flores en el portal
un zurron o ese morral
o esa blanda piel de oveja

para cubrir al Cordero
que va a vencer al pecado
y será sacrificado
sin culpa en el matadero

yo quisiera ser la cuna
donde ahora mismo reposas
y la cruz donde las rosas
se abran de tu llaga pura

Quisiera ser el pañuelo
que te sirve de pañal
y ese rayo de cristal
que te besa en el cabello

Aquí siempre estar yo quiero
no separarme de Ti
que en Belén está ahora el cielo
y yo no me quiero ir


miércoles, 13 de diciembre de 2017

Sobre humildad, del Pazo de Meirás a la Iglesia del Salvador pasando por Pernambuco...

Como las cerezas, la anécdota que me contó JC, gran dama sevillana de las que ya no quedan, actual camarera de la Virgen del Socorro, va enganchada a otras...
La tarde del lunes, después de la interesante coloquio sobre Murillo en Cajasol, vi abierta la Iglesia del Salvador a hora intempestiva.
Benito Navarrete especialista en Murillo, dejó algunas frases que se me grabaron como que "Sevilla es una ciudad maravillosa de la que hay que saber defenderse" o que "hasta que no me dí cuenta de que el Gran Poder no podía ser prestado para una exposición temporal no acabé de entender a Sevilla y a Murillo". Esto último me asombra porque para un sevillano es tan obvio que no parece que haya mucho que entender, pero me viene a la cabeza que hay cosas extravagantes a la qué estamos tan acostumbrados que nos nos damos cuenta de su peculiaridad. Así, el otro día, un turista hacía unas fotos en el bar donde desayuno todos los días. Retrataba unas enormes cabezas de toros que había en las paredes. Me quedé perplejo porque no supe entonces si las habían puesto recientemente o llevaban ahí desde siempre...

¿Qué porque estaba abierto cerca de las nueve de la noche la Colegial? Celebraban el último día del triduo a la Virgen del Socorro. Me quedé, escuchando el coro de cinco voces deliciosas sentado delante de ese altar montado por los priostes de la hermandad para la ocasión, con el exuberante retablo de Acosta como telón de fondo.
Gracias a Dios no se ha perdido esa





liturgia antigua y el incienso, las decenas de cirios encendidos, los solemnes acólitos de movimientos coordinados y pesadas dalmáticas y la música sacra, hacían mucho más patente el Misterio. También esto puede resultar chocante para un parroquiano de Móstoles, es un decir.

Al reparar en la curiosa vestimenta de la Virgen,

me comentó Julia, que esa saya fue un regalo de la marquesa de Cavalcanti. Ahí es nada, me acordé de inmediato de mi amigo Armando. Después he comprobado que actualmente tal título está vacante, lo que me ha tranquilizado porque así se le podrá otorgar sin problemas a aquel, que es quien sin duda se lo merece ahora.

La tal marquesa era hija de la Pardo Bazán,  III condesa de Torre de Cela, fue la  que vendió el Pazo de Meirás cuando le fue solicitado por el gobierno civil de la Coruña, para regalárselo al Generalísimo de los Ejércitos recién acabada la Guerra y es objeto ahora de gran polémica.

Vivía como una marquesa en su piso de 14 habitaciones de la Calle Goya, lleno de muebles exquisitos, cortinajes, tapices y bibelots, y cuando su marido, descendiente del amigo de Dante, aunque oriundo de Pernambuco, fue nombrado Capitán General de Sevilla, y ella  camarera de esta bella imagen, cuya hechura, aunque muy reformada, se atribuye a Montañés, le enriqueció el ajuar con varios regalos preciosos, entre ellos su traje de corte, con el que se presentaba ante la reina Victoria Eugenia, de tisú de oro, pedrerías bordadas y larga cola, que se adaptó pertinentemente y llevó en su paso cada semana santa hasta los años cincuenta.

Mujer muy devota y trayectoria intachable, no sé que pensaría si viese aireada hoy la vida íntima de su madre, con sus cartas a Galdos que son la pera: miquiño, te aplastaré... te morderé un carrillito y expresiones semejantes, que seguramente harían que a esta honesta dama le diera un soponcio.

Ahora es la Virgen quien viste tan rica pieza de vez en vez y resulta algo peculiar pero muy evocadora.
También le regaló dos grandes topacios engarzados, que conocen en la hermandad como los cavalcanti, y en cuya joyero de piel, lleva una placa con la siguiente leyenda, que es digna de un estudio, por lo sabrosa y ser el fiel reflejo de un carácter y una época:

"A mi amantísima Virgen del Socorro, de su humilde camarera, la Excelentísima Señora María de las Nieves Quiroga y Pardo-Bazán, Marquesa de Cavalcanti"



lunes, 11 de diciembre de 2017

TOTA PULCHRA

En la mañana del día de la Inmaculada, con un frío que pelaba, fui a recoger a Santiago, que participada como carráncano en la Catedral. La suerte es que no tuvimos que llevarlo a las ocho  su madre o yo porque Ignacio salía a entrenar al río a esa hora (que debía estar congelado) y lo acercó, mientras arrebujados en las mantas escuchábamos la puerta cerrarse.

Sobre las nueve y media salí de casa, no había mucha gente todavía en las calles. En la catedral me dejaron pasar a través de la cinta que separa a los turistas de los fieles.
Eché una mirada a las vitrinas de la nueva exposición sobre Murillo que se inauguraba esa tarde.

Iluminado, casi etéreo,  el maravilloso San Antonio que se llevaron los ladrones hace más de cien años de  la capilla Bautismal.
Tras la reja, con flores frescas y velas encendidas, el altar de la Inmaculada de Montañés, con la mirada baja (la Cieguecita) y las manos unidas en actitud de recogimiento. Imposible encontrar una imagen más bella de la Madre de Dios en el misterio de su sencilla pureza.


Estas dos fotazas no son mías obviamente.

Los niños mientras esperaban la procesión con sus roquetes blancos jugaban en los bancos y su imagen era como las de los cuadros de García Ramos o Grosso, el espacio era el mismo, las altas bóvedas, los altares y ellos también eran los mismos niños alegres e ingenuos de todos los tiempos.

Los canónigos cantaban en el coro loas a María, daba igual sus voces cascadas porque se escuchaba sobre todo el órgano del Padre Ayarra, magistral. Así como si nada, gratuitamente, estaba uno allí escuchando a unos de los mejores organistas del mundo, en la catedral gótica más grande de Europa y en uno de los instrumentos musicales más fastuosos y potentes del orbe.

Sonó el Aleluya de Haendel que grabé con el móvil, y después atacó la tocata y fuga de Bach. Dejé de grabar porque era tan impresionante que me recosté en el banco sin ver, mientras las notas reverberaban entre las altas naves, haciendo de toda la inmensa montaña hueca del templo una caracola sonora por la que llegaban los ecos de Dios. Me arrastró la emoción y tuve que secarme los ojos..

Por fin llegó el arzobispo, precedido por la procesión de canónigos arropados por unas capas pluviales magníficas, supongo que del XVIII, con un damasco celeste portentoso y unos bordados riquísimos. La luz matutina se filtraba entre los vitrales atravesando las nubes de incienso y haciendo saltar chispas de los dorados de los hilos.



Ya en la sacristía de la iglesia del Sagrario se desvestían los niños, de nuevo en una escena de estampa decimonónica y entre las altas y pesadas cajoneras de roble antiguo, entre los cuadros de Matías de Arteaga, me sorprendió uno especialmente, El triunfo de la eucaristía de Herrera el Mozo, que no recordaba que estuviera allí, y digo que me llamó la atención porque esta pintura, colgada allí como si tal cosa, fue un hito en su tiempo. Supuso para el propio Murillo (y para toda la escuela sevillana) su caída del caballo en cuanto que le abrió los ojos a las nuevas tendencias del barroco luminoso italiano que trajo el joven Herrera de la Corte y que sirvió para que el discípulo de Juan del Castillo abandonase para siempre el estilo barroco tradicional retardatario, caravaggiesco y oscuro, para cubrir sus lienzos de veladuras, transparencias y dulzura únicas, de pinceladas fluidas, ligeras y sueltas...


La sacristía donde los niños se desvestían entre gritos, es una joya, azulejos de Diego de Sepulveda, mármoles polícromos, maderas labradas...


Salimos  Santi y yo. Su mano helada cogida a la mía. El cielo azul, azul, el frío seco, la mañana luminosa y las campanas de la Giralda resonantes como un eco del gozo que nos invadía.










viernes, 8 de diciembre de 2017

IN FINEM DILEXIT EOS

Como decíamos ayer, me encantó ir a misa a esta iglesia tan  unida al dogma de la Inmaculada.

Los dos grandes lunetos de encima del presbiterio en la nave central aluden al origen de la Iglesia de Santa  la Mayor de Roma, la primera  en el mundo, dedicada a Santa María. 
El patricio Juan, en los primeros siglos del cristianismo tiene una visión en el que la virgen le encarga que construya un templo bajo su advocación en Roma. Este es el cuadro de la derecha del espectador.
El papa Liberio se niega a hacerlo, ya que se encuentra la Iglesia en plenas disquisiciones sobre la virginidad de María, antes durante y después del parto. No se niega rotundamente el pontífice, pero responde que será construida cuando nieve en Roma en agosto . Un imposible claro.
No obstante nevó en el monte Esquilino en pleno ferragosto, el día 5,  nuestra señora de las Nieves, y el Patricio y su mujer acuden a comunicárselo al Papa (segundo cuadro) que accede convencido.
Son temas, pues, pintados  propósito para exaltar la pureza de María desde los orígenes.

Por su parte, los dos lunetos de menor tamaño que coronan los altares de las dos naves laterales representan, El triunfo de la inmaculada, donde una maravillosa imagen murillesca es presentada a los fieles con el lema en latín, Al principio se deleitaba en ella, esto es, ya Dios sabedor de la caída, se "consolaba" con la visión de María, como exenta de pecado original.
Copia del original. Las fotos las hice la semana pasada cuando estaban aún sin colgar para exposición pública

El otro cuadro muestra el triunfo de la Iglesia representada por la Eucaristía adorada por los fieles santos y el lema, "al final se deleita en ellos" esto es, será Dios mismo el que, gracias a la redención por María Inmaculada, se recreará en los salvados que han sido fieles. Asombrosamente leo hoy la entrada de Cavalcanti, espléndida como siempre, sobre el medico ingles del XVII, Thomas Browne, y me ha impresionada esta coincidencia sobre la pre-visión Divina desde la eternidad esa  misericordia y beneplácito de Dios antes de que yo existiera o de la fundación del mundo. 


Como decía, estos cuatro cuadros fueron rapiñeados por el pirata Soult, dos se encuentran el el Prado, la serie del Patricio, pues no llegaron a salir de España, aunque donde debieran estar, a pesar de que algún amigo lo discuta, es en su casa.
Los dos restantes se encuentarn en el Louvre y en la coleccion de un afortunado lord inglés.
Gracias al buen hacer de Valdivieso, la semana pasada fueron entregadas sendas copias de estos últimos. Los del Patricio fueron reproducidos y colocados en los años cincuenta, con lo que la Iglesia desde hace unos días ha recuperado su programa iconográfico completo.

Recibir la eucaristía en este templo lleno de bellos y profundos mensajes marianos, comprenderán ustedes que es un deleite único la víspera de la Purísima.
La Santa Cena es original de Murillo, (1650) Debido a su tenebrismo no lo robó el mariscal, que prefería la luminosidad de su época de madurez. Los otros son de 1664-65 y denotan una notable evolución estilística.






Hace unos días antes del montaje.


Esta foto borrosa es para que veáis donde están colgados ahora. El luneto que aparece en la foto es una reproducción en plástico quizá. 


Esto fue la víspera, pero hoy por la mañana, también sin esperarlo he disfrutado lo indecible de este día luminoso al ir a recoger a mi hijo Santiago que salía de carráncano en la catedral. Ya digo que Sevilla estos días es una fiesta allá donde vayas. Pero eso lo contaré mañana...

jueves, 7 de diciembre de 2017

In principio dilexit Eam

Estas vísperas de la Purísima, está Sevilla que se sale.
Hemos sido desde siempre los más intensos en esto de la Inmaculada y la defensa del dogma.
Esta tarde se ponen en besamanos decenas de imágenes de María, en un alarde barroco que en nada envidiaría a la Sevilla del seiscientos que conoció Murillo, como debajo de casa, donde está la Virgen del Socorro.
Virgen del Socorro y Cristo del Amor



Iglesia del Salvador, nave de la epístola. 

A las siete de la tarde iba por la calle y empezaron a sonar las campanas de la Giralda en un repique alborozado que se eleva por todo el centro y sin haberlo previsto, porque pasaba por alli, entré en misa en Santa María la Blanca. Nada más a propósito. Esta iglesia, antigua mezquita, antigua sinagoga, se reforma en su totalidad cuando en 1691, el papa proclama el Breve aceptando la pía creencia de lo que doscientos años después será dogma. Eso gracias a lo seguido que fueron los sevillanos de entonces, con Murillo a la cabeza y Miguel del Cid, y toda una serie de prebostes que mandaron una delegación a Roma para insistir ante el pontífice para ello. Ya la hermandad del Silencio hacia jurar a sus hermanos, tal como hoy se sigue haciendo, que darían su sangre por defender la Concepción Inmaculada, y había habido tumultos callejeros entre la mayoría de lo partidarios de esta creencia y aquellos, como los dominicos, que dudaban de ello, los frailes del Regina, los que el pueblo quería colgar de un peral, como cantaban en coplas por la calle.
Santa Maria la Blanca. Arriba se ve la copia del sueño del patricio de Murillo, hoy en el Prado
Bueno, pues esa iglesia se reforma en un estilo de exuberancia barroca desenfrenada con motivo de esta declaración pontificia, y hubo en la plaza vecina unos fastos de los que aun queda memoria, con luminarias, altares y arquitecturas efímeras, ministriles, arcos triunfales, alegorías... todo ello pensado por el párroco y Justino de Neve y el propio Murillo y en la iglesia, el programa iconográfico es plenamente inmaculista.

De los cinco cuadros de Murillo sólo queda uno original in situ, la santa cena, los cuatro restantes estan desperdigados por el mundo.

Mañana explicaré su sentido iconográfico y cómo ha vuelto a completarse tras doscientos años...