miércoles, 17 de abril de 2019

NOTRE DAME DE LAS TRISTEZAS

Foto ABC

Esperando a salir de nazareno nos enteramos de que Notre Dame ardía. Estábamos en lo que fueron baños de la Reina Mora, con sus lucernarios de colores, que después fue convento y hoy anexo a la capilla de la Vera Cruz, donde forma la cofradía.
Sería porque estaba donde tenía que estar y todo se relativiza, que no me impactó tanto como pudiera esperarse.
Salimos a la calle bajo el antifaz, rezando y cumpliendo el rito de siglos. Con la cruz al hombro, descalzos, en el mismo tramo mi hijo mayor conmigo, en el anterior Manolo, por primera vez con su cruz también, en silencio, mirando al frente sin girar la cabeza, hierático, penitente.
Reyitas, con cirio y el largo capirote, tras la Cruz de Guía. Delante del paso Santiaguito, vestido de paje a la usanza del siglo XVIII, muy serio y formal y tras el palio, acompañando al preste mi hija Pilar, la pequeña, que, según me cuenta su madre, cuando pasaba a su lado, ponía cara de que estaba cansadísima...
Foto ABC. El paje que se ve entre los ciriales es Santiaguito.
Como aconsejan las reglas, todos hemos comulgado en la misa previa. Mientras arde París voy rezando, por todos y por todo, también por París, pero muy sereno.
Esta catedral ambulante que sale por las calles de Sevilla es indestructible, también Notre Dame que, en todo caso, ya fue profanada y destrozada por los revolucionarios que erigieron la diosa razón en su altar... y a pesar de todo ahí sigue. Esa catedral es mucho mas que sus piedras o que la aguja, nueva,  ascendente que construyó Viollec le Duc en el el XIX y que podrá volver a resurgir de entre las cenizas.

Seguimos caminando por la Ciudad, entre las calles oscuras y la multitud callada. Una saeta, las voces de los himnos fúnebres, la campana de un reloj dando las horas...
Foto ABC
No nos enteraremos hasta más tarde que mientras tanto las torres de Notre Dame peligraban hasta el punto de derrumbarse. No importa, la fe que hizo a Europa está latente, yo lo he vivido con mis hijos, caminando, anónimos y descalzos, tras la cruz humilde de mi Cristo antiguo y los parisinos cantando el Ave María frente a la enorme catedral ardiente. Mientras haya quien se juegue la vida por salvar las Sagradas Formas de las llamas y se arriesgue a ser devorado por ellas antes que perder las reliquias de la Corona de Cristo, que trajo el Rey Santo de las Cruzadas, nada está perdido.



Cansados, en la capilla oscura, los pasos detenidos con las velas gastadas, el Cristo muerto con la cabeza reclinada, la Virgen, en sus Tristezas, con sus lágrimas temblorosas tras los pábilos vacilantes. Todos sobrecogidos.

Foto ABC. Notre Dame en llamas.

Con el antifaz aún puesto, mis hijos, que han ido entrando cada uno en sus tramos, me reconocen, entre las fantasmales figuras negras, por Santiago al que llevo cogido de la mano. Entre el alto bosque de afilados y prietos capirotes atisbamos las velas del altar donde se expone el Santísimo. Cansados, formamos una piña, la campanita tintinea y la custodia se eleva, casi no la vemos, pero nos sentimos bendecidos, mientras uno mis manos a la de mis hijos en la penumbra,  a los pies de la Vera Cruz y bajo la mirada líquida de Nuestra Señora. Sí,  Notre Dame, en llamas, que nos salva.







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