Gregorio Luri es un
intelectual de primer orden, de los que España necesita. Su sensatez, su
inteligencia, su lucidez, su bonhomia y su simpatía llenaron la sala del
Circulo de Labradores donde se presentó su libro La imaginación
conservadora
Es difícil asistir a un
acto tan lleno de enjundia.
Entre los asistentes el
gran Aquilino Duque.
Cuando se dio paso al
turno de preguntas fue una celebración de la razón y el juicio.
Desde la lejanía también
estuvieron presentes, Ángel Ruiz, Armando Pego y Enrique García-Máiquez, cuyas cuestiones también fueron
resueltas por el maestro Luri.
Nos hubiéramos quedado
más tiempo enzarzados en disquisiciones interesantísimas, pero debíamos desalojar
la sala.
En petit comité continuamos
en el bar del Círculo, tan british y pintoresco, Luri y Pilar, su mujer,
Aquilino y la suya y Eduardo Jordá,
amenísimo, que se unió al grupo.
Entre cervezas,
Aquilino, cuya memoria es prodigiosa y Luri fueron intercalando anécdotas e
historias llena de gracia e interés y si no hubieran cerrado allí estaríamos
todavía.
Qué bien lo pasamos.
Esos momentos mágicos
que surgen sin habérselo uno propuesto.
Salimos caminando por
una Sevilla tibia y oliendo a azahar.
Nos despedimos en la
plaza del Salvador, con la iglesia iluminada e imponente.
Qué gran noche.
Justo acabo de leer en la Vida que hizo gratis Luis de Granada que en esa Iglesia predicó su primer sermón san Juan de Ávila: me ha dado alegría saberlo
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