Han pasado apenas 24 horas desde el sábado pero es todo un mundo.
Comencé escuchando el oratorio de Haendel, "Israel en Egipto" interprteado por The Sixteen. ¡Qué maravilla! Cómo tocaron, cómo cantaron, qué virtuosismo, que compacto, las voces como un solo instrumento, la dirección magistral. Duró dos horas y apenas se notó, cuando terminó queríamos mas. Algo sublime.
Sing ye to the Lord, for He hath triumphed gloriously;
the horse and his rider hath He thrown into the sea.
Tras salir del Maestranza y cenar en casa, en la que Reyes trabaja sin cesar para que el Domingo de Ramos esté todo perfecto y recibir a la gente, bajé al Salvador a la misa de las doce de la noche a la luz de las candelerías de los pasos. Toda la iglesia apagada, sólo los tres pasos, como tres ascuas en la mole inmensa de bóvedas tenebrosas. Escuchar la lectura de la Pasión entera viendo representada la entrada en Jerusalen y el Cristo muerto del Amor delante, impresiona.
Cómo Santiago va de Carráncano en la procesión de la Catedral, los madrugones son de aupa. Pero está Sevilla tan limpia y reluciente que merece la pena. Entre las ojivas altas los cánticos de los canónigos,
la Giralda como otra palma de oro recién acuñado, se eleva entre los ramos.
De nuevo en casa todo está preparado, las túnicas de los dos pequeños que salen en la Borriquita, los manteles listos, las cervezas fresquitas, las rosas en los jarrones...
Y me podría pasar horas escribiendo el cúmulo de sensaciones que al sevillano tendrá a lo largo de la tarde. El gozo de la Borriquita bajando por la rampa, triunfal y luminosa.
El Cristo de la Humildad con la espalda en carne viva como nuestros sentimientos a flor de piel.
Mi hijo Santiago ayudando a su abuela entre la bulla y señalandole los escalones para que no de un traspiés. El contraguía que dedica una levantá a ambos porque los ve ensimismados ante la Virgen de la Hiniesta y emocionado da dos besos a mi sorprendida madre cuando se va, que mientras se aleja el manto se enjuga a su vez una lágrima.
La Amargura pasa por la plaza y al son de su marcha vemos alejarse el palio por al calle Cuna, mi hijo y yo no nos movemos hasta que el último varal dobla el recodo. ¡Ya! suspiramos los dos, hasta el año que viene. Qué dulce, qué melancólico ver el palio que se aleja. Hemos estado unos minutos, que son horas, que son segundos, transidos, como en el cielo y volvemos a la realidad...
Viene el Amor, todo de negro los nazarenos, como espadas afiladas en la oscuridad, y el crucificado muerto, silencioso, rodeado del fuego de las llamas de los candelabros, como una flecha, exaltado, y hundido, vencido, pero aun así sanador, vencedor.
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