miércoles, 18 de febrero de 2015

CUARENTA DÍAS DE ESPERA



Estos días de febrero, de la cuaresma que hoy comienza, son de un gozo íntimo para el sevillano.
Las tardes se alargan. Hace aún frío, pero los cielos cárdenos del ocaso anuncian una resurrección con la llegada de la primavera que se presiente,  se atisba, como las flores del naranjo, cerradas y en espera.
Hoy todo es gris como la ceniza, pero el azul puro y brillante del Domingo de Ramos latente está en nuestros corazones.
Polvo somos, bisbisea el sacerdote en la iglesia fría.
Y sabemos que esa marca en la frente señala el inicio de un camino de penitencia,  pero también de secreta alegría.
De nuevo, como siempre, iremos al quinario ante las imágenes de nuestra devoción, donde han rezado, antes que nosotros tantas generaciones, donde nos llevaron de la mano nuestros padres, donde llevaré yo hoy de la mano a mis hijos.
Allí con el esplendor de los cirios encendidos, el incienso, los cantos, el tiempo dejará de existir, y estaremos en comunión con el pasado y el futuro, todo será presente, puro presente, porque nada ha cambiado, y es el mismo río donde nos bañamos siempre aunque corra el agua de los años, de la vejez y de la muerte. Es el mismo río de la memoria donde nos hallamos inmutables, premonición de la eternidad futura.

La ceniza es el signo del comienzo del tiempo de la preparación hacia la pasión y el dolor.


La ceniza es el símbolo del fuego que todo lo purifica y todo lo cambia y todo lo ilumina, ya lo presentimos, ya lo gozamos, del Domingo de Pascua, y en Sevilla, del Domingo de Palmas.

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