Cuando venía hacia la oficina (apresurado cómo no) no tuve más remedio que pararme al ver el otoño en todo su esplendor.
Poco antes, cuando circulaba por la Alameda, la brisa arrastró las hojas caídas, que crepitaron rumorosas bajo la arboleda escuálida, a la vez que se movían sincronizadas, palpitantes, vivas, a pesar de estar muertas.
La rueda de la bici, sobre la alfombra de hojas, crujía y estas me susurraban su secreto: detente y mira, que esta tarde dorada de noviembre está hecha para ti.Ahora, escucho el triple concierto de Beethoven, para violín, violonchelo y piano, una joya, una delicia, cuyo segundo movimiento, y no es una manera de hablar, eleva el alma.
La vida cotidiana puede resultar prosaica, pero a veces, estad atentos, nos salpican deslumbrantes destellos.
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