Pobre Reyes, llego de la calle y le espeto ¡deja todo y vamos a darnos una vuelta, que está Sevilla esplendida esta noche!
Me mira como se mira al loco. Se aparta un mechón de pelo sobre la cara mientras va partiendo los panes y retira del fuego las salchichas y le pone el vaso de batido de chocolate a Santi y conmina a Reyes para que se meta en el baño y recoge la falda del uniforme que Pilar ha dejado en el suelo..
Salgo de la cocina, enfurruñado, vencido por la rutina.
Poco más tarde, los niños están tranquilos y duchados, los peques en la cama.
¿Salimos ahora?- me dice.
El aire es fresco pero no frío, la calle en calma, la Giralda iluminada, alta y sola, el Archivo de Indias, con su geometría herreriana, perfecto como el instante… un guitarrista toca una canción llena de melancolía, sus notas claras, nítidas, repican en la noche cóncava. Unos paseantes le echan unas monedas. Nuestras sombras juntas se dibujan, a la luz de las farolas, sobre los adoquines.
Media hora después entramos de nuevo en casa. Son poco más de las diez. Una lamparita sobre el escritorio, ilumina, tenuemente, el salón en penumbra. Los niños están dormidos.
Esta noche nos hemos pasado.
¡Hemos echado la casa por la ventana!
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