Tenía que impartir unos cursos en ciudades españolas y marroquíes. Uno de esos programas de cooperación transfronteriza…
Tánger y su Tetuán son fascinantes.
Marruecos es otro mundo.
Sólo a tres horas de Sevilla, más cerca que Madrid. Menos de dos horas hasta Tarifa y cuarenta minutos el ferry del Estrecho.
Y se entra en una cultura distinta y exótica. Tan cerca... tan lejos.
Pasear por Tánger es hacerlo por una España de hace años. Todo está igual…es la sensación de que el tiempo se ha detenido, como en el cuento de la bella durmiente… las casas, las tiendas, los cines, los portales, las calles…
Esos pequeños comercios de ultramarinos de maderas y botes y latas y productos ordenados hasta el techo, y el mostrador y los sacos con legumbres… y las frutas… y las especias…
Los edificios art decó y racionalistas, intactos…los suelos de mármol, los azulejos, las barandillas de las escaleras de madera, los ascensores antiguos, las rejas, los portajes… todo es original.
Cierto que muy descuidado pero no han sido objeto de las reformas horteras de los edificios españoles, cuando no la mera destrucción, y no han sido sustituidos por porcelanosas y mármoles brillantes, ni plástico, o metacrilato, ni azulejos baratos de cuarto de baño…
En Tetuán entré en un cine y despertó en mi sensaciones perdidas…no me acordaba ya de esos grandes locales que atisbé aun cuando era pequeño, antes de la llegada de los multicines, con sus lámparas, sus terciopelos, sus espejos, los tablones con las fotos de los momentos más interesantes en el vestíbulo o en la calle, donde los niños cuando salíamos nos agrupábamos y decíamos ah, esto es cuando ...y esto... y esto ... con su “ambigú” con una vieja que vende chocolatinas y caramelos y garrapiñadas y mirindas y toblerones y coca colas...con su gigantesca pantalla, con su olor a ambientador, con acomodadores y linternas.... En Sevilla han desaparecido… ya no me acordaba, pero cuando entré en ese “Cine Español” volví a los 7 u 8 años, a las pipas, a Tarzán y a los buenos que acaban con los indios al son del séptimo de caballería y el ruido de los aplausos del público emocionado...
Un buen fotógrafo disfrutaría enormemente; con un buen ojo, se puede lograr transmitir esa fascinación, esa autenticidad, ese ambiente inefable, esas sensaciones, esos colores, esa diferencia, ese asombro…
Yo con mi móvil y mis limitaciones no puedo sino intentar reflejar, como una leve imagen en un espejo empañado, esa brillante realidad.