Todos están en la playa. Yo voy y vengo, y algunos días, como ayer, me quedo en Sevilla. Sólo.
Abro la puerta al mediodía y el silencio es ensordecedor. Están los postigos cerrados, la casa oscura. Todo en su sitio. Todo no, un juguete de goma, que el viernes cuando me fui estaba en el suelo del salón sigue allí. Nadie lo ha recogido.
Duermo la siesta. Es la paz del cementerio.
Por la noche quedo con varios amigos, algunos están solos también. Nos tomamos unas cervezas fresquísimas en botellines helados y unos montaditos crujientes deliciosos.
Pasamos un buen rato, charlando de lo divino y de lo humano.
Sobre las doce aparece otro amigo del colegio que vive cerca, a tomarse una última copa con su mujer. No sé si sentirá envidia, al ver al grupo de amigos de siempre en plan “alegres cervecitas”.
Se va de nuevo. Él y ella, juntos. Yo sí que lo envidio.
Aprovecha la ocasión, Ignacio, la echarás de menos cuando la casa vuelva a estar abarrotada.
ResponderEliminarCiertamente, también tiene su lado bueno, siempre que no se alargue demasiado... De todos modos estoy deseando volver a la playa.
EliminarComo dice la canción: "Aquí no hay playa", piscina como mucho. Estoy algo extrañado con estas temperaturas que tenemos por aquí, parece el Norte.
ResponderEliminarUn abrazo
Y que sigan, que ya vendrá el calor...
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