Y tacita de plata, ambos Manuel Machado y Pemán, tienen
razón. Ayer estuvimos en Cádiz y es ese
fulgor del mar que se cuela por las bocacalles estrechas y lo hace todo
luminoso y brillante, lo que predomina.
Siempre me fascina esta ciudad. Ha tenido la fortuna de
conservarse casi intacta, y uno pasea por esas casas con sus patios estrechos y
sus galerías acristaladas, sus escaleras con sus pasamanos de caoba, su palmera
en el centro, y parece que van a bajar por ellas las tres hijas de un
comandante de marina, con sus trajes de encaje y sus mantillas, para ir a la
novena a la cercana iglesia de San Antonio o Santiago, o que desde las altas
torrecillas de sus casonas, un comerciante de Indias mira con un catalejo la llegada
de los galeones, o que con sus levitas y altos sombreros, varios procuradores a
Cortes se dirigen al Oratorio de San Felipe a discutir sobre la futura Constitución,
mientras se oyen los cañonazos de los franceses, a lo lejos sobre el Castillo
de Santa Catalina, cuyos perdigones de plomo les sirven de peso a las gaditanas
para la punta de sus tirabuzones. Y los heridos de Trafalgar ocupando las casas
de la Ciudad, donde son atendidas por las damas que han convertido sus umbrosos
salones de espejos, palmas y papagayos, en improvisadas enfermería, y el Capitán General de la Real Armada Gravina
muriendo como un héroe trágico y olvidado, y…
(Como las labores familiares me demandan aquí lo dejo y si
tengo tiempo, después seguiré con mi estupendo paseo por Cádiz, si los
elementos no lo impiden…)
Continuación...
Todo esto evoca Cádiz con gran fuerza, ya que como digo, los estropicios y las novedades de los horribles sesenta y el desarrollismo subsiguiente se le infligieron a la maravillosa Playa de la Victoria, todo de Puerta Tierra para afuera, es decir , extramuros, y como una aletargada o dormida caracola quedó la ciudad histórica, con sus viejos edificios de la ilustración caídos, olvidados, muriendo dignamente, como esos antiguos almirantes que los habitaron, combatiendo inexorablemente contra el viento de Levante.
Ay, pero ahora, ahora vuelve a revivir poco a poco, porque
lo ruinoso se puede restaurar, no lo destruido, como pasa en tantos sitios,
como en mi ciudad, Sevilla, cuyas calles o plazas han sido en muchos
sitios asoladas, violentadas por una modernidad mal entendida, profanadas sin
piedad y son ya irrecuperables.
Fuimos en un barco desde el Puerto de
Santa María, un pueblo tan bonito como su nombre, atravesando la bahía, los
niños encantados. A lo lejos nos recibía la Ciudad con el perfil de su Catedral,
como una gran concha dorada del mar.
Fuimos andando hasta La Caleta, entre
plazas maravillosas de profuso y exótico arbolado, entre iglesias barrocas y
palacetes del XVIII o el popular y costroso, pero auténtico, barrio de la Viña.
En el Castillo de Santa Catalina, un cartel
anunciaba: "Los miércoles entrada libre hasta completar aforo para
contemplar la puesta de sol". Me pareció magnífico, ¿tanta gente de buen
gusto habrá como para llenar esa fortaleza de amantes de las cosas hermosas,de las puestas de soles? Es
gratificante que pueda ser así. El Castillo adentrado en el mar como baluarte,
es un lugar privilegiado para ver acabar el día sobre la "plata
quieta" de la bahía... Allí, creo recordar, que un tatarabuelo mío, podía
disfrutarlo cotidianamente, ya que fue el gobernador militar de la Ciudad, por
aquellos días en que la madre de mi centenaria tía Marciala, de la que ya hablé
aquí otra vez, era una joven casadera, muy fina, muy educada y arruinada por la
pérdida de las colonias...
Algo se les va explicando a los niños de
todo esto, y La Pepa, y las Cortes, y el traslado de la Casa de la Contratación
y el apogeo de la ciudad, y Trafalgar y los malditos
y petulantes ingleses y Blas de Lezo... para que se les vaya quitando el
pelo de la dehesa, no todo va a ser One Direction, el futbol o Master Chef, que
indudablemente vimos después.
EL barco de las 9.20, de regreso a El
Puerto, nos recogió a la hora adecuada para ver el círculo perfecto del sol poniéndose
en la línea azul del horizonte, Cádiz detrás, y la Playa de Vistahermesa a
la derecha, donde, a la misma hora, mi amigo EGM se enredaba en una conferencia, de
seguro magnífica, que lamento haberme perdido estando tan cerca.
En definitiva, una tarde espléndida en una ciudad maravillosa.
Ah, y llegamos a tiempo para ver como Vicky, se alzaba con el
premio del programa de los cocineros...
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