Ayer se pasó toda la noche cantando. Bueno, me traía el campo a la ciudad, y a pesar de su cri-cri reiterativo, me pude dormir haciendome idea de que estaba en un cortijo, bajo las oscuras estrellas en la vega fertil de la Baja Andalucía. Sólo faltaba el ladrido de algún perro lejano para que todo fuera perfecto.
Pero hoy, hace un rato, ha empezado con su sonoro canto, y mis hijos han protestado. La verdad es que se oye como si estuviera dentro. Debe estar en la azotea. He subido con una linterna. Manolito estaba un poco temeroso, y me preguntaba que de qué tamaño son los grillo ¡tanto ruido hacía y tan urbanitas somos!
Lo encontré, pobrecito. Tenía que matarlo, no lo iba sólo a cambiar de sitio para que diera la tabarra desde la otra esquina de la azotea. Lo aplasté, inmisericorde, con un zapato que llevaba en la mano. Crepitó. Uf, qué lástima. Si fuera una cucaracha... pero un grillo, tan simpático y rupestre... En fin, me pregunto algo preocupado despues ¿me estaré volviendo vegano?
Todo fue por los niños, Ignacio. Seguro que si hubieras vivido solo no te hubiera importado que el grillo se quedará para siempre.
ResponderEliminarQuero cree que es así. Gracias Fernando.
Eliminar