Cuando veo las imágenes, como antes de ayer en la tele, con los cuerpos desnudos, apilados uno encima de otro, de los judíos asesinados en los campos de concentración, siempre se me saltan las lágrimas.
Reflejan, de una manera rotunda y descarnada, la verdad del horror y la tragedia, sin cosmética ni retórica.
Por eso me conmueven tan profunda y directamente, como un resorte.
Eso me ha hecho pensar en otras imágenes posibles, que no vemos, pero que serían igual de impactante.
La verdad desnuda: una montaña de fetos humanos, cientos de miles, uno encima de otros, despojos sanguinolentos, niños y niñas extraídos del útero materno antes de cumplida la gestación completa, con las cabezas giradas, los brazos en torsiones imposibles, los ojos abiertos. Macabro. Horrible.
Y la pregunta que surge es inmediata ¿Qué derecho hay a esto? ¿Qué motivo puede alegar una madre o un padre que justifique esto? ¿Qué razón puede ser tan poderosa para impedir la vida de esa montaña de seres humanos en gestación? ¿Qué hay superior a la vida?
Esa foto no se ve. Pero esa mole inmensa de fetos abortados existe.
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