¿Papá, me puedes llevar mañana, con mis amigas, al aeropuerto antes de ir a tu trabajo?
Reticente le contesto afirmativamente.
Y si hubiese dicho que no me hubiese perdido este baño de juventud y belleza que me he dado hoy a las siete de la mañana.
¡Corre, corre!- se apresuran a entrar, parado en segunda fila con conductores impacientes detrás.
El coche se llenó de alegría restallante con tres niñas de veinte años gorjeando como jilgueros y guapas como soles.
¡Anda he perdido el paraguas, creo, -dice una- con las prisas, ay!
Busca, rebusca, en la mochila, en las alfombrillas,
En el semáforo llama un motorista a la ventanilla y nos devuelve el paraguas.
Creo que sólo a la juventud afortunada le ocurren esas cosa que hacen la vida tan sorprendente y divertida. ¡Qué suerte! y saltan las anécdotas de esas brillantes casualidades que les han sucedido juntas.
Así entre canciones de moda de Spotify llegamos al aeropuerto, el viaje se me ha hecho corto y encantador.
Allá van rumbo a Roma y Nápoles- las veo cruzar las puertas de cristales del vestíbulo del aeropuerto- tres niñas monumentales a trastear entre ruinas y fuentes de ninfas y tritones. A animar las viejas piedras con la vida, la risa, oliendo a champú, tres jóvenes bellas. Tres cariátides, diosas, escapadas del templo, escapadas del tiempo.
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