Hoy la iglesia estaba silenciosa, y al entrar, el ambiente se notaba cargado.
Estos días de julio, aun de buena mañana hace calor, no ha bajado la temperatura en toda la noche, no ha refrescado.
La luz del sagrario palpita al fondo y llega, entre el olor a cera apagada y humo decantado en altares y bóvedas, el profundo de los jazmines.
Tímidos de suyo, apenas se ven, pero en el vaso de cristal, junto al tabernáculo, entre las rosas, los ha colocado la hermana tornera en la tarde de ayer.
Tras la noche cálida y lenta, esos jazmines han perdido su frescura y emiten un olor agudo que invade el ambiente.
Ese olor maduro y denso me lleva a otro sitio, a las escaleras de la casa de mi abuela, cuando corriendo, llegábamos en tropel mis hermanos y yo las tardes de domingo de estío.
Todo era silencio y sombras, las persianas corridas en la galería. Hasta allí llegaba el perfume, que era a alhucema y brasero, en invierno, de los jazmines de verano.
Era ese mismo olor a flor marchita de hoy.
En la sala, junto al teléfono, o en el dormitorio, en la mesilla de noche, siempre había un recipiente donde flotaban algunos jazmines, que mi abuela recogía del suelo en la azotea y que, pasadas las horas, abiertos, en fragante sacrificio, quedaban exhaustos y amarillentos, en generosa donación.
Los jazmines cambian de olor según las horas del día o si permanecen o no en la rama.
Es en las noches estivales cuando están en su apogeo, como novias confiadas, titilantes como estrellas.
En un búcaro se vuelven cálidos, untuosos, y algo tristes.
Pero por la mañana son como adolescentes y su perfume es retraído y sutil.
Esos jazmines tempraneros, me huelen a piscina, a patio regado y limpio, tras haberse barrido las hojas y los sueños.
¿Porque los relaciono con Hernán?
Oh, Hernán, después supe que se llamaba así, a mis cuatro o cinco años lo llamaba Eznán, compañero de juegos, que perdiste la vida en la piscina, bajo los jazmines. Estos mismos que hoy me traen tu recuerdo. Sé que permaneces joven siempre, ¿con qué edad se estará en el cielo?, que estas ya con tu padre, con tu hermana, tu alegre, bellísima hermana, cuyo recuerdo, misteriosamente, también hoy me ha llegado, al hilo del aroma de los jazmines de clausura.
Precioso, Ignacio.
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias Ignacio por este regalo inesperado.
ResponderEliminarUn beso apretado y sonoro.
Abrazo grandísimo a ti y a tu familia.
ResponderEliminarAbrazo grandísimo a ti y a tu familia.
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