Fin de semana en Granada. Dormimos en un refugio a 2000 m de
altitud en Sierra Nevada. Hicimos una marcha de 11 km por la montaña al día
siguiente, con un día esplendido de sol, pero sin calor. Llegamos incluso a
tocar la nieve acumulada en los neveros y a lanzarnos bolas en bermudas y
camisetas.
La marcha junto a los arroyos que surcaban toda la ladera se
hacía deliciosa y bebíamos en ellos, en una comunión con la naturaleza
sorprendente para un urbanita como yo.
Se me venía a la cabeza la frase, retenida de los libros de literatura
de 6 de EGB, “corrientes de aguas puras, cristalinas, árboles que os estáis
mirando en ellas” y como hasta a 2500 m hay cobertura, pude buscarlo en
internet, y leer allí mismo a voz en grito el dulce lamentar de dos pastores, Salicio
juntamente Nemoroso…
Dormimos en Granada donde vimos la luna llena sobre la Alhambra
desde el Albaicín, junto a muchas más personas, no obstante, había belleza para
todos.
La visita a la Alhambra del domingo no defraudó. Las yeserías,
los mocárabes, los reflejos, el “agua oculta que llora” por todas partes, los
mármoles untuosos. El refinamiento islámico a su máxima altura. ¿Dónde quedó?
Leímos los versos de la fuente del Patio de los Leones, donde se compara el
suave fluir de las aguas que se esconden sin apenas mover el plato con las
lágrimas del amante:
¿No ves cómo el agua se derrama en la taza,
pero sus caños la esconden enseguida?
Es un amante cuyos párpados rebosan de lágrimas,
lágrimas que esconde por miedo a un delator.
pero sus caños la esconden enseguida?
Es un amante cuyos párpados rebosan de lágrimas,
lágrimas que esconde por miedo a un delator.
Disfrutamos
todos, niños y mayores. Pero no dudo que a pesar de toda esa belleza insólita,
a ninguno se nos olvidará el retrete de la habitación del hotel, con luces y
botones, del cual, tal dorada fuente, surgían surtidores de agua fría y
caliente, y templadas corrientes de aire.
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