conjugan los hados para que la tarde que se preveía azarosa quede venturosamente vacía. Permanezco en casa, ni conferencias, ni exposiciones, ni conciertos, ni ponencias, ni reuniones, ni visitas, ni nada... Se han ido todos, niños y mayores y para colmo afuera ¡llueve!
Como no tengo chimenea enciendo una vela, menos da una piedra. La llama trémula nos une de alguna manera a lo más profundo de la humanidad desde los remotos tiempos de las cavernas.
La calefacción bombeante y la tarde gris, plomiza, desapacible y melancólica como un poema modernista de JR, y uno aquí, en la camilla, en la gruta ancestral del hogar protegido en la lumbre.
Para que todo sea perfecto pongo música triste, El Cisne de Saint Saens, y algunas arias de ópera llenas de nostalgias, que no hacen sino exaltar mi íntima alegría.
Oh, que delicia, en la vida hay momentos sencillos que se nos dan de modo imprevisto, como este.
Me prometo en la paz de la tarde silenciosa de paraguas húmedos, plasmar en este blog más a menudo minucias como estas que interesan a pocos.
Minucias como esta que son la esencia de la felicidad y hay que saber disfrutarlas.
ResponderEliminarGracias Ignacio.