Es lunes.
Manolo se despierta hosco, casi no da los buenos días, desayuna
rápido. Da golpes en la puerta del cuarto de baño para que su
hermana salga. Los dos pequeños que todavía duermen protestan desde
sus cuartos.
La cafetera resopla y expulsa el aire comprimido dejando toda la
cocina aromatizada. Un desbarajuste de platos, tazas, migas de
bizcocho y tostadas.
Mamá, atareada, rellena cinco bocadillos y los envuelve en papel
de plata para que tomen algo a media mañana. En la Termomix algo
burbujea para el almuerzo. Se van yendo. Alguno se deja el bocadillo
olvidado en la encimera. Manolo, que se escapaba, regresa a
regañadientes y acerca la cara para que se le de un beso de
despedida. Como si quemasen, apenas un roce, un visto y no visto y se
va corriendo.
Reyitas es más amable y viene ella sola a despedirse y nos da un
beso como Dios manda. Ignacio también. Este a pesar de que hace frío
lleva el jersey en la cintura y va en mangas de camisa.- Niño, que
te vas a resfriar- Que no, papá, que hace calor. Esta en la edad de
lucir palmito, digo yo.
Reyes, hija, bajate la falda- le dice su madre. Lleva la del
uniforme en plan minifalda y se le ven las piernas largas y delgadas
con los calcetines. Típica quinceañera. Se lleva así- protesta-
¿que quieres que parezca una monja?.
Ya solo quedan los dos pequeños que ven Doraemon (el gato
cósmico) mientras se terminan el Cola-Cao.
Me despido de ellos con el beso de la suerte, les digo y
repaso mentalmente que llevo todo, llaves, móvil, dinero, los
papeles... aun así a veces tengo que volver cuando ya estoy en la
portería.
¡Adíos, adiós!
Cierro la puerta del hogar dulce hogar que quedará vacío hasta
el mediodía en que tocan de nuevo a retreta.
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