miércoles, 30 de mayo de 2018

PROCURO OLVIDARTE

Hace ya muchos años, cuando mi abuela María tenía ya medio perdida la memoria, y yo no había cumplido aún los dieciséis, le ponía los discos de María Dolores Pradera, que le encantaban, y se quedaba muy tranquila. Qué ensoñaciones le traerían a su cabeza ida.
Cuando murió, ya sin un recuerdo que llevarse al alma, esos discos de vinilo pasaron a mi casa (de mis padres hoy) y yo entre arias de ópera y nocturnos de Chopin, los entremetía y los escuchaba una y otra vez. Me leí de corrido entonces unos tomos encuadernados en piel de Hugo Wast, que transcurrían en esa América Hispana que Praderas nos traía con su voz desde ultramar, con su voz inconfundible, con su elegancia única.
Qué bella ha sido siempre esta mujer, qué delicadeza. Su manera de interpretar convertía en poemas las letras más simples, era una rapsoda y transformaba lo que tocaba, lo que cantaba.
Si alguna vez queda mi mente en blanco que me pongan esos discos de microsurco con la voz de Praderas, tal vez, como mi abuela, me vengan felices recuerdos mientras procuro olvidarte.


viernes, 25 de mayo de 2018

ADRIANA LECOUVREUR



Nunca había escuchado en directo ni completa la ópera Adriana Lecouvreur de Cilea, hasta esta semana. Me pareció bellísima. Una partitura con gran protagonismo orquestal, muy en la línea del verismo de principios de siglo XX. Es la única obra del compositor que se sigue representando, lo cual indica que lo que tiene calidad sobrevive y verdaderamente la tiene.
Ainhoa Arteta me fascinó. Tiene un dominio vocal increíble y una claridad que no le conocía de otras veces. Es una gran soprano, una de las mejores y con razón. También me resulto muy adecuado al papel el tenor rumano, Teodor Ilincai, con una voz  potente y ligera a la vez.
El bajo y la mezzo espléndidos y Halffter dirige con maestría inigualable una pieza orquestal que exige gran delicadeza.
La escenografía, gracias a Dios, era tradicional y nadie iba vestido de nazi o de punki ochentero. Las damas eran damas del XVIII y en los palacios pendían lámparas de araña que parecían lámparas de araña.
El final (muy a lo Traviata) cuando ella muere envenenada por los efluvios de un ramito de violetas (el verismo del argumento, como se ve es escaso, aunque está basado en una historia parece que real) fue verdaderamente emotivo. Tuvieron la feliz iniciativa de no ir cerrando el telón a medida que se acababan los últimos compases, lo cual retuvo a los impacientes que aplauden antes de tiempo y disfrutamos por tanto de la última nota y del instante de silencio, único, impactante, que queda cuando calla la orquesta justo antes de las palmas fervorosas.

Esta noche hay un coloquio que organiza la ASAO con la Arteta. Os invito a asistir. Seguro será muy interesante. Ya contaremos.


lunes, 21 de mayo de 2018

En una villa soñada...


(Fragmento de una futura conversación en Villa Pablemos)

¿Y mi corbata, cielín?
En el vestidor, Pablo, en el vestidor, junto al smoking de los Goyas.
¿No te parece excesivo lo de la corbata, Irenita?
Para nada, chico que se trata de la primera comunión de los niños…
La fiesta de inicio a la adolescencia... por Dios, Irina, no te equivoques…
Es verdad. Y tú, que se te ha escapado lo de por Dios
Cierto,  ¡por  Tutatis!
¿Has colocado las velitas en el estanque, amor?
Sí, entre los lotos de plástico.
Estoy deseando que llegue el atardecer, van a quedar ideales en la penumbra…Por cierto ¿Has puesto papel en la tinaja de la pradera?


Claro, por si  alguien quiere cagar…
¡Por Dios, Pablo, que andan los niños cerca!
Glup, quiero decir por si algún invitado quiere hacer popó.
Glup, quiero decir por Tutatis.
A mí se me ha olvidado el lenguaje integrador y he dicho sólo invitados, paloma…
¡Uy,  como te escuchen los niños y las niñas…
Ahora no, pichón, los gemelos son dos varones.
Uy, que lío… perdona, querido…Tú madre estará al llegar, ¿está preparada la casita de invitados… e invitadas? ¿Has sacado las cosas de la interna?
Por Odín, Irene, no le llames la interna, llámala por su nombre es una proletaria como nosotros…
Todo lo proletaria que tú quieras pero es mu sucia. Me tiene la cocina integrada comía de mierda, con perdón… y el centro de lavado no digamos...  y el Travertino de los servicios... si no fuera porque es buenísima con los niños y las niñas, ¡uy, digo sólo con los niños…! ¡qué lío!
Vamos pochola, que van a llegar las gentes…
Un momento que voy a repasar los bouquets de las mesas…
Por cierto, no te olvides de colocar la mesa de los regalos de los peques…
Ya está puesta, en el jardín zen junto a la hamaca balinesa.
Todas las chicas han de venir de blanco ibicenco…
¡Ah, mira por allí viene Carmena, y  Carolina y Echeni y Errejón …¡Lo vamos a pasar, chupi!

¡Ya llega el grupo de flamenquito, ábrele la puerta de servicio Pablo, y a los del catering, y a los del castillo inflable y a los payasos… uy, se me olvidaba, y a las payasas!

lunes, 7 de mayo de 2018

The flyin inn in Seville

La noche del jueves pasé un rato enorme escuchando cantar los poemas de Chesterton de su novela la Taberna Errante a Jesús Beades en la feria del libro.
Beades es increíble, una capacidad de llenar el auditorio y animar el cotarro inigualable. Toca la guitarra, a la vez la armónica, alienta a la gente, canta y fuma en pipa. ¿qué cómo lo hace? Hay que verlo para creerlo. Frente a la exuberancia del hombre orquesta, el contrapunto estaba a cargo de Fátima, la delicada y discreta violinista, que con una gran  maestría acompañaba y complementaba el toque folk de las interpretaciones, y la
 mesura de Enrique García-Máiquez, que fue introduciendo unas breves glosas sobre cada poema, de una manera sencilla y lúcida de modo que entre canción y canción se serenaban los espíritus.
La genialidad de Chesterton no pudo estar mejor representada. La ironía, el sarcasmo y las paradojas de sus poemas, la alegría de vivir, la fe en el mundo, en la carne y el vino, el optimismo irredento se dieron cita en  Sevilla y el enorme autor seguro que hubiese estado plenamente satisfecho de tan jocosa jornada.

viernes, 4 de mayo de 2018

Un golpe de suerte

Nos llaman del colegio por que tiene el dedo anular inflamado.
Un amigo le ha dado una patada en el recreo. Tras la radiografía pertinente acaban por ponerle una escayola que ha de llevar dos semanas. En definitiva un dedo partido.
Santi está que se sale. No sé si es que tiene un déficit de atención por ser el cuarto de cinco o qué, pero se le ve feliz. Su foto vendado circula por los wasap de la familia, le llaman las abuelas y le disparan mensajes de ánimo desde varios flancos.
Está deseando ir al cole y nos pregunta si le pueden firmar los amigos. En consideración a su estado le permito que coja, estando en la cola del supermecado con las cajas de leche, rollos de papel, pizzas ultracongeladas..., una chocolatina Milka de 70 ct. Eso ya es lo más.
Le está compensando la coz. 
Temo que en otra ocasión llegue a autolesionarse.

martes, 1 de mayo de 2018

Una casa entre encinas.

Dejamos atrás el castillo y tras el silo la carretera se estrecha y se convierte en un camino asfaltado. A ambos lados encinas sobre la hierba verde y las cunetas rebosantes de cantueso morado y margaritas blancas y amarillas.
En un pilar de granito se lee el nombre de la finca y giramos a la derecha.
Una nube de polvo va dejando el coche tras él. Al bifurcarse el sendero, tomamos el brazo de la Y que indica la flecha de madera colgada en el árbol y vemos la finca blanca al fondo.



Ladran los perros y nos recibe la familia en el patio donde el laurel podado atisba unos brotes, que tras la fría primavera son tenues y casi microscópicos pero que a todos les llena de esperanza porque en verano puedan volver los jilgueros a sus ramas  y ellos a charlar bajo su umbría fresca las tardes de estío en que se pone el sol tras el cerro lejano. Parece que se ha salvado.
La casa son un grupo de estancias encaladas con los suelos de cemento pulido y ese desorden propio de los recintos de labor reconvertidas en residencias familiares.
Vigas, algunos techos abovedados, grandes lajas de pizarra gastadas y brillantes en las habitaciones principales, muebles heredados de mansiones deshechas, de tías sin descendencia, de casonas palacios de la ciudad cercana o de otras fincas antiguas. Aperos, mesas de forja, armarios de caoba, trofeos de caza, el cuadro de la Inmaculada dieciochesco, los bancos de roble, las camas altas con colchas de punto,  el reloj viejo que da los cuartos y las horas que pasan pausadas y solemnes, la hora en punto de la nostalgia. El fuego crepitando en la gran chimenea, las fotos de parientes en blanco y negro,en color las propincuas, que van perdiendo el tono con las sonrisas insultante de los dieciocho años, y la moda obsoleta de los años ochenta.
Las puertas de cuarterones, cuya madera oscura y noble salió tras arduo trabajo bajo capas de pintura y baños de sosa caustica.
Esas casas donde se instaló la luz eléctrica manualmente mediante baterías y fue llegando a cada habitación trabajosamente haciendo del encendido de una bombilla un alborozo festejado con brindis de champan.
Esas casas resultados de unas mejoras obtenidas con cariño infinito, con paciencia y tesón. Donde cada detalle es fruto de una ilusión cumplida; el agua en los lavabos, la cocina construida donde se guardaba la lana, el salón empedrado de cantos lisos donde se recogía al ganado, con el techo de artesa de madera y grandes ventanales abiertos a la campiña.



Esas casas donde las ausencias se hacen presentes de continuo, donde el patriarca permanece, en las anécdotas de los que las habitan, en el bastón que usaba que está en el paragüero, en los poemas camperos que se encontraron ocultos entre sus papeles y que todos ignoraban y que se han enmarcado con su letra manuscrita en cuaderno de cuadros, clavados en la pared y en el corazón y la memoria de todos, que reviven cuando se leen, de nuevo llenando la sala de recuerdos que hieren.
Y el campo.
El campo de la tierra extremeña de encinares viejos, de verdes inauditos, de ovejas. las mismas que hicieron rica a Castilla en tiempos de la mesta, de jabalíes salvajes, de cochinos de bellota, de buitres, flor de jara, de cardos y amapolas,
Cada encina de un tono, cada tronco con sus arrugas únicas como si fueran rostros curtidos, labrados, diferentes.



Y en el silencio el viento y un murmullo de pájaros agudos, tenues, vibrantes, largos, sincopados, dulces o agrestes. Una sinfonía perenne bajo la catedral oscura y frondosa de los bosques multiplicados en las charcas tersas del agua de las ultimas lluvias
Es un paisaje móvil, nunca detenido, jamás el mismo, las lomas, el sol entre las nubes, el camino sinuoso, subir, bajar, doblar la curva y vislumbrar colinas iluminadas en lontananza, el perfil malva y difuso de la las montañas en la lejanía... cúmulos oscuros, cirros cotudos y esponjosos, aves de paso, la cigüeña, los buitres volteando, la esquila del ganado...



Un escudo campea en lo alto del muro, cinco rosas gastadas en granito y verdina, un no sé qué de historia que te llega al mirarlo, la Extremadura hidalga de los conquistadores, de castillos y hombres audaces que cruzaron los mares para hacer gran fortuna y regresaron nobles y labraron casonas y se hicieron con dehesas como esta, donde reposar tras las hazañas, donde recordar las aventuras y legar una historia hasta hoy en sus descendientes, entre los que se cuenta que algunos tienen en su sangre mezclada la del gran Moctezuma.

Ha llovido, y las gotas resbalan por la parra que cubre la entrada. Los perros ladran y saltan en el empedrado, el sol pinta una franja clara en las lomas lejanas de un verde fúlgido, entre las nubes cárdenas un celeste nítido y puro.
Huele a humo el aire limpio, a leña, a agua, a campo. Un golpe de brisa sacude el emparrado que salpica sobre el patio y el aire fresco orea la tarde y se cuela en la casa haciendo temblar la chimenea que crepita, parece que quiere hacer honor al nombre que vimos grabado en el linde de la entrada a este locus amoenus: La Ventosilla.