En los asépticos ordenamientos jurídicos occidentales siempre se impone la razón al corazón. Siempre vence la frialdad frente a la pasión. Excepto en el caso del aborto.
Frente al hecho, indubitable, de dar muerte a un feto que se dirige inexorablemente a la vida plena, se imponen las razones sentimentales de las circunstancias de la madre, que pueden ser muy duras en muchos casos, en otros puede que no, y se cercena esta vida todavía dependiente.
Nuestra sociedad, a la vista está, justifica estas muertes, considerando otros valores como superiores. En estos casos la libertad de la mujer (y además sólo de la mujer, nunca se tiene en consideración al procreador necesario) es mucho más evidente que la vida del feto que no se ve. (Realmente, ahora sí se ve).
Es más fácil compadecer a la mujer que se conoce frente al anónimo ser que lleva en sus entrañas y que en definitiva nunca llegará a tener nombre.
Las diversas sociedades y culturas, a lo largo de la historia ha cometido muchas equivocaciones y los ordenamientos jurídicos han admitido muchos hechos que hoy nos parecen aberrantes.
El uxoricidio hasta hace bien poco era considerado una consecuencia lógica de un flagrante adulterio. Incluso esos crímenes pasionales, (hoy llamados violencia de género) eran objeto de atenuantes. El derecho al honor del hombre sólo se limpiaba con sangre. La sociedad “justificaba”, es más “exigía” en ocasiones, esa “reparación”.
El hecho de matar a la esposa adúltera hoy nos parece una aberración e incluso, al tratarse de violencia contra la mujer, es hoy objeto de agravante, justo lo contrario de los códigos punitivos de antaño.
El hecho era entonces, y ahora, el mismo: una barbaridad.
Sin embargo, esa cierta “legitimidad” del hombre que reparaba su honor nunca llegó tan lejos como para considerarlo como un “derecho”.
En nuestra legislación actual el aborto, cuya ilicitud, antes era paliada por las circunstancias atenuantes que cada dramático caso podía conllevar, ha pasado a ser un “derecho”.
Hoy en nuestra sociedad occidental, heredera de los principios del derecho romano, de la lógica de la ilustración, de la primacía de la razón sobre la ofuscación que producen los sentimientos, han primado estos sobre aquella. Nos vamos acercando otras culturas, cuyos ordenamientos jurídicos están regidos por otros principios generales del derecho. Este grave retroceso será, quizá, consecuencia inevitable de la globalización. Espero que no lleguemos de nuevo al ojo por ojo y diente por diente.
La sociedad puede estar equivocada, de hecho está equivocada, y el político indigno se deja llevar por el vaivén de una opinión pública que viene y va a lo largo de la historia, en busca del voto y prescindiendo de los principios.
Con el mío que no cuenten.
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