El primer día de vacaciones. Estamos solos. La casa con las habitaciones vacías. Amanecimos los dos como si fueramos unos jubilados. Nuestro cafe y las tostadas, el zumo de naranja en el patio. Todo recogido en un momento. No el lío del lavaplatos que se forma en cada comida que practicamente queda lleno. Comprendo ese afán de reciclaje que tiene ahora la ciudadanía. Claro, con esa tranquilidad da para poner tres o cuatro bolsitas para cada residuo y después entretenerse tirándolas en diversos recipientes. No creo que al planeta eso le sirva para bien ni para mal pero sí que genera una íntima satisfacción de que algo se hace y sobre todo debe ser la mar de entretenido para los que no tengan otra cosa mejor que hacer. Hoy ha llegado Ignacio y después de comer Pilar. Aún así esto sigue pareciendo la casa fantasma, Santi haciendo el Camino Portugués, Manolo en casa de unos amigos en Nerja y Reyes sigue en Génova, donde se ha tirado un año de Erasmus formidable.
No es que tenga el síndrome del nido vacío porque estoy a gustísimo pero también estoy deseando tenerlos aquí a todos y que cada comida sea una fiesta y un alborozo y un jolgorio y que el lavaplatos no pare de funcionar.
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