miércoles, 3 de enero de 2024

Entierro en la Caridad. 2 de enero.


Suena una esquila, es el muñidor de la Hermandad de la Santa Caridad que anuncia que hay un entierro. En la puerta de la capilla, aparece alzada la cruz con el corazón flameante y dos acogidos con faroles oscuros, unas batas azules y un sombrero negro de alas, como una especie de bombín antiguo.

Están parados sobre la lápida donde yacía el venerable Mañara:  "Aquí yacen los huesos y cenizas del peor hombre que ha habido en el mundo, rueguen a Dios por él" junto a los jeroglíficos de las postrimerías: In ictu oculi, Finis Gloriae Mundi de Valdes Leal. En las naves de la iglesia Murillo nos dejó las escenas magistrales de las obras de misericordia que debemos realizar para que cuando salgamos en un catafalco como el que ahora vemos se nos abran las puertas de la Jerusalén celeste. Otro cuadro magnífico sobre el coro nos lo indica. Sólo con la humildad del emperador Heraclio, despojado de toda pompa se nos abrirán dichas hojas.

Es temprano y hace frío en Sevilla, una Sevilla que se ha detenido en el tiempo. Las calles están llenas de personas bulliciosas que compran los últimos regalos de Reyes, pero aquí hay un paréntesis que nos recuerda que nada es para siempre. "Mira en este desdichado monte, á quien el mundo llama felicidad, la multitud de gente que le habita : mira la confusión, y babel, y vocería con que unos á otros no se entienden. Mira los ambiciosos, qué tristes, y qué hambrientos de bienes de fortuna : hasta los montes de oro y plata tienen á las espaldas, no porque la desprecian , sino porque esta gente nunca mira lo que tienen, sino lo que les falta" (Discurso de la Verdad Cap. XXIV)

En fin, que de pronto nos hemos dado cuenta de la futilidad de todo, aunque cojo la bici, las entradas que acabo de recoger en el Teatro Maestranza y sigo mi camino, aún debo entrar el alguna que otra tienda. La vida sigue, pero...


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