Me ha recordado la anécdota, tan graciosa, de esa madre que, a regañadientes, consigue elaborar trabajosamente a su hijo el dichoso disfraz de castor, que le han mandado en el cole. Y cuál no sería su sorpresa cuando, al día siguiente, en el coche, el niño, con todos los avíos puesto, se pone a cantar muy contento : ¡A Belén castores, a Belén chiquito..!
Pues así, mi hija Pilar en su primer día, en parvulitos.
Viene diciendo que mañana ha de traer unos tacones para aprender a contar. ¿Cómo? - Sí, sí, mamá-, reitera ante la extrañeza de ésta - ¡Unos tacones!
Será que contarán los pasos contra el suelo y así suenan mejor, o vete a saber – comentamos su madre y yo ante las nuevas técnicas pedagógicas que no dejan de asombrarnos.
Pero menos mal que hemos leído un correo de bienvenida de la profesora, en el que advierte de la conveniencia de que los niños lleven a clase unos ¡tapones! para aprender a contar, de botellas de Coca-Cola, leche…
Pobre hija mía, a un tris ha estado de aparecer en clase con sus tacones de flamenca, que ya su madre estaba buscando en el altillo. ¡Si lo mandan en el colegio…!
Y allí que iría Pilarita muy ufana, faltaría más ¡con dos tacones!
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