martes, 23 de julio de 2024

CÁDIZ





Cádiz es una ciudad preciosa, fascinante y encantadora. Cada vez que voy descubro algo sorprendente. Tiene un algo de Venecia, esas calles altas y estrechas a la que faltan los canales, algo de Génova y un mucho de la Habana. La luz es rutilante. Al ser casi una isla, tan pequeña rodeada de azul, el reverbero del agua flota en el aire y aunque no se vea, el mar está siempre presente sobre las azoteas, tembloroso.

Las iglesias se enmascaran alineadas entre las casas y tras la puerta se abren las bóvedas que custodian retablos barrocos, reliquias, exvotos y Cristos con cabello natural y cruces al hombre de plata peruana.

Hemos entrado en la Santa Cueva. Qué refinamiento de la alta burguesía comercial de una ciudad que se convierte en el XVIII en un emporio donde se trasiega con porcelanas, especias, sedas, y productos de todo el mundo y que es capaz de llamar a Haynd para que componga la música y a Goya para que cubra las paredes de sus oratorios.

Y Gravina y Trafalgar y Ulloa y los ilustraods y los doceañistas de ambas Españas...

Ha tenido suerte la ciudad, todas las barrabasadas del desarrollismo las han hecho de Puerta Tierra para afuera, cargandose la playa, eso sí. Bueno, la playa es tan hermosa que no hay quien se la cargue, pero todo el encanto Belle Epoque de las villas y chalets ya no existe y el desorden de construcciones feas y anodinas lo invade todo. Pero el casco histórico se fue degradando de manera lamentable, hace 20 años, daba pena, pero ahora como nada se ha destruido al ser remozado está despertando a su antigua belleza, como una mujer que se acicala tras una mala noche y vuelve a recuperar su lozanía que nunca perdió.

Cádiz es una maravilla, una concha de nacar entre el mar y el sol.

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