Abro los postigos del balcón y entra la mañana arrasando de luz el salón.
A lo lejos, en lo alto de la Giralda, ondea una bandera.
Es la bandera azul y blanca que, desde tiempo inmemorial, proclama la adhesión de la Ciudad al Dogma Concepcionista. El viento la sacude y se lía sobre el mástil. Se recorta sobre un cielo también azul purísima.
Esos pequeños detalles, secretos, íntimos, son los que hacen que Sevilla siga siendo Sevilla, a pesar de las luces de colores y la sofisticación de las nuevas tecnologías que proyectan imágenes sobre las fachadas del ayuntamiento y lanzan nieve artificial sobre la plaza, mientras siga ondeando esa bandera, como hace cinco siglos, la ciudad estará salvada.
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