jueves, 21 de noviembre de 2013
La procesión de la Niña María.
Ayer fue la procesión de la Niña María en el patio del colegio.
A la tres y media, Reyes y yo, nos levantamos con gran pereza de la camilla para ir a ver a los dos pequeños que participaban en tan magno evento. Aún recuerdo cuando fue Ignacito el que procesionaba por primera vez. Íbamos ilusionadísimos y prácticamente se nos caía la baba de emoción cuando lo veíamos, con su uniforme, tan peinadito, sus calcetines estirados que le dejaban al descubierto las rodillas, y sus tres añitos recién estrenados.
Ahora, con la quinta, la emoción, (he de reconocerlo) no es la misma. También es cierto, creo, que nuestra tontería tampoco.
Pero delante de mí, pegada a la valla que ponen para evitar efusiones de padres primerizos, que somos capaces de plantarnos en medio de la procesión y achuchar al niño y decir a voz en grito,:¡¡¡¡¿pero no lo veis? Si es el más bonito de todos, si es el más guapo y el más listo, y…, y…, y…!!!!. Como decía, delante de mí había una señora muy elegante, que impaciente, se empinaba para ver acercarse a los niños. Por los altavoces habían dictado las instrucciones de rigor: "Por favor se ruega silencio, no distraigan a los niños, no los llamen ni les saluden, que se ponen nerviosos y rompen las filas, etc".
La procesión se acercaba. Era digno de ver, esa hilera de mocosos ordenaditos, de tres a cinco años, todos cantando canciones infantiles dedicadas a María, muy en su papel, sin salirse de las instrucciones.
Pero he aquí, que en la fila de los más pequeños se acerca una niña rubia, de cara redonda, con su gran lazo azul en la cabeza. Había que ver a esa abuela, (primeriza, saltaba a la vista), que brincaba, hacía señas, chistaba y saludaba sin reparos a su nieta. Rompió todas las órdenes y encomiendas. Y decía sin poderse contener: ¡Ay, que te como, ay, que te como!
Yo me reía para mí. Tantas reglas… ¿Quién le pone puertas al campo? Y ahí seguía esa abuela, tan distinguida ella, desbordante de ilusión y alegría dando saltos y haciendo visajes.
A mí, tengo que decirlo, me emocionó mucho. Más incluso que mis niños, que venían detrás, muy seriecitos y compuestos, y a los que ¿alguien lo puede dudar? daban ganas de comérselos también.
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