Manolito es intenso. Cuando llego agotado a última hora de la tarde me espera con la flauta. Mientras ceno, o recojo la cocina, está tocando su melodía balbuciente. Yo a mis cosas, pero él insiste. No le basta con que escuche (porque no escucho, claro) si no que hay que mirarlo a la vez.
Después me cuenta los mosquitos que le han picado.
¡Seis, papá, seis!... Se dirían toros, por la solemnidad con que lo dice.
Yo a mi bola.- Sí, hijo sí.-contesto distraído
Tengo prisa, a ver si acuesto a los pequeños y puedo por fin sentarme. Pero el sigue y sigue, como las pilas Duracell. Y va contando las picaduras a la vez que las señala. -Pero míralas, ¿eh?- Y tengo que pararme y mirar las pequeñas señales que el insecto succionador le ha hecho en su piel leve y blanquísima.
Dos en el antebrazo, dos en el muslo...y ahora no encuentra las otras dos, y se busca y rebusca,-¡ Dios mío- que pesadez! -y no me deja irme...¡Ah y otra en la muñeca y otra en la pantorrilla!.
Uf, por fin.
Pero no me extraña que le piquen con saña, así con su pijama, recién limpio y peinado, la coronilla tiesa y rebelde a su pesar y oliendo a gel de baño, está para comérselo.
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