El domingo estuve de nuevo en el patio del Hospital de la Caridad, una de las instituciones más auténticas y hermosas de Sevilla. Siempre me fascinan las placas marmóreas que jalonan las paredes. Traigo a aquí una de ellas, maravillosa, que a pesar de la superioridad moral con la que la lee el visitante del siglo XXI, muy bien nos vendría a todos borrarnos la sonrisita displicente y aplicarnos sus consejos, eternos como el mensaje cristiano, porque claro que debemos seguir conduciendo el perol de la sopa y distribuir el pan de los pobres, hoy se llama acudir a las periferias, y dar gracias, y orar y pedir perdón y qué decir de sujetar la ira y la impaciencia...
martes, 25 de abril de 2017
lunes, 17 de abril de 2017
PÁNICO EN LA MADRUGADA
¿Qué pasó en Sevilla la Madrugada del Viernes Santo?
Todo es sosiego y penumbra, la virgen de la Concepción, está entrando en la Plaza del Salvador, el incienso y el olor a azahar de las jarras de plata lo inundan todo. Como un ascua reluciente, con la candelería derretida y refulgente de plata. el palio bizantino avanza serenamente, sin música, con el silencio absoluto que da nombre a la Hermandad.
Súbitamente un zumbido creciente, se acerca, como un temblor, una sacudida, una oleada de no se sabe qué, se avecina, como una descarga, como una ola. Es cuestión de segundos, ese ruido sordo que crece, de pronto te arrastra, sin saber de donde, ni porqué, ni de que se trata, todo el mundo es alcanzado por la onda del pánico, es lo único cierto, está en juego la vida, se está en peligro de muerte. Esto no da tiempo de razonarlo, instintivamente se huye. Es un miedo cerval el que se apodera del público, como en los documentales se ve huir a las gacelas del león al que no ven pero presienten. Nosotros todos presentimos el peligro. Junto a mi mujer trato de proteger a mis dos hijos pequeños, parapetándolos con nuestros cuerpos, agarro fuertemente a Manolito para que no se vaya, miro hacía el paso, se ha quedado parado en medio de la plaza ahora vacía, espero la explosión, la sangre, la muerte, pero nada ocurre. Inmediatamente proceso la situación y salgo a mitad de la plaza a gritar ¡No pasa nada, no pasa nada! y trato de calmar a la gente, otros se unen y poco a poco se va recuperando la normalidad, se recompone la procesión.
Es tremendo sentir que se acaba de salvar la vida, no se sabe de qué. La sensación de haberse librado de un peligro inminente cuando uno estaba tranquilamente viendo pasar una cofradía es atroz. Todos con el cuerpo cortado, sobre todo los niños, algunos lloraban, otro vomitó. Espantoso.
Se repitió dos veces más, viendo el Gran Poder en la calle Castelar. Decidimos dejar a los niños en casa, tranquilizándolos como podíamos.
Los mayores seguimos viendo las procesiones, era casi un deber moral, a pesar de los sustos, con la mayor normalidad posible.
El pueblo de Sevilla dio un ejemplo de serenidad y saber estar a pesar de todo. La madrugada continuó y volvió a ser espléndida.
No pudieron con nosotros.
Todo es sosiego y penumbra, la virgen de la Concepción, está entrando en la Plaza del Salvador, el incienso y el olor a azahar de las jarras de plata lo inundan todo. Como un ascua reluciente, con la candelería derretida y refulgente de plata. el palio bizantino avanza serenamente, sin música, con el silencio absoluto que da nombre a la Hermandad.
Súbitamente un zumbido creciente, se acerca, como un temblor, una sacudida, una oleada de no se sabe qué, se avecina, como una descarga, como una ola. Es cuestión de segundos, ese ruido sordo que crece, de pronto te arrastra, sin saber de donde, ni porqué, ni de que se trata, todo el mundo es alcanzado por la onda del pánico, es lo único cierto, está en juego la vida, se está en peligro de muerte. Esto no da tiempo de razonarlo, instintivamente se huye. Es un miedo cerval el que se apodera del público, como en los documentales se ve huir a las gacelas del león al que no ven pero presienten. Nosotros todos presentimos el peligro. Junto a mi mujer trato de proteger a mis dos hijos pequeños, parapetándolos con nuestros cuerpos, agarro fuertemente a Manolito para que no se vaya, miro hacía el paso, se ha quedado parado en medio de la plaza ahora vacía, espero la explosión, la sangre, la muerte, pero nada ocurre. Inmediatamente proceso la situación y salgo a mitad de la plaza a gritar ¡No pasa nada, no pasa nada! y trato de calmar a la gente, otros se unen y poco a poco se va recuperando la normalidad, se recompone la procesión.
Es tremendo sentir que se acaba de salvar la vida, no se sabe de qué. La sensación de haberse librado de un peligro inminente cuando uno estaba tranquilamente viendo pasar una cofradía es atroz. Todos con el cuerpo cortado, sobre todo los niños, algunos lloraban, otro vomitó. Espantoso.
Se repitió dos veces más, viendo el Gran Poder en la calle Castelar. Decidimos dejar a los niños en casa, tranquilizándolos como podíamos.
Los mayores seguimos viendo las procesiones, era casi un deber moral, a pesar de los sustos, con la mayor normalidad posible.
El pueblo de Sevilla dio un ejemplo de serenidad y saber estar a pesar de todo. La madrugada continuó y volvió a ser espléndida.
No pudieron con nosotros.
miércoles, 12 de abril de 2017
ESTACIÓN DE PENITENCIA
Otro año más, gracias a Dios, nos
revestimos todos con las túnicas de ruan negro. Santi con el roquete de encaje
de monaguillo, Manolo de acompañante de preste, aún no tienen la edad, estos
dos, para salir de nazareno.
En Semana Santa vemos gráficamente
como se pasa la vida, porque antes fuimos mis hermanos y yo los que acompañamos
a mi padre y ahora son nuestros hijos a los que llevamos de la mano. A Ignacio
y a Reyes no, claro. La mano de Ignacio es más grande que la mía.
En la cripta a los pies del altar
de la capilla están depositadas las cenizas de mi padre. Ahora cuando acudimos
cada Lunes Santo, la emoción se hace más fuerte, el vínculo más estrecho.
Antes de salir, tras la misa, se
canta la Salve ante el paso de la Virgen de las Tristezas. Desde mi posición no
veo la imagen, sólo las caras descubiertas de los nazarenos, que dirigen a ella
sus miradas.
Una chica joven no puede terminar
el canto, la tengo en frente, de perfil, no sabe que la veo, y ha ido cambiando
el rictus poco a poco hasta que rompe a llorar silenciosamente y apoya el rostro
sobre el capirote que lleva en sus manos, para que nadie lo note. Sabe que su
padre, ahora en el hospital, no volverá a esta capilla el año que viene, no
volverá a vestir la túnica de la hermandad a la que ha dedicado sus desvelos
toda su vida.
Se entenebrece la iglesia y a la
luz de los hachones van saliendo los tramos de penitentes a la tarde malva.
En el silencio tenue se escuchan
sólo el entrechocar de las cruces que nos van entregando para salir, como se escucharían,
horribles, los golpes secos de los clavos en el Calvario.
Son cinco horas de absoluto
silencio, mirando al frente, sin cambiar de postura. Abrazo a la cruz, oculto
bajo el antifaz. Da tiempo de rezar, un rosario, otro, otro. Este por esto o
por lo otro y vas encomendando a vivos y muertos, sabiendo que el muerto que va
detrás colgado de la cruz nos salvó a todos.
Este sacrificio, esta penitencia,
este aburrimiento, este dolor de espalda o de hombros al cabo de las horas, es
tremendamente absurdo, es un puro escándalo en el mundo de hoy. Esta caminata sin
sentido de cientos de figuras silenciosas, oscuras y afiladas, redime, sin
embargo a la Semana Santa de Sevilla.
En unos de los parones, los
guardias dan paso a la gente que espera para poder cruzar la cofradía, los
veo pasar en masa, apresurados, antes de que corten de nuevo y reanudemos la
marcha.
Esa masa confusa, es variopinta, de
toda edad y condición. No es nada atractivo ver toda esa gente informe. Me doy
cuenta de que mi mirada es cómo la de un entomólogo, fría y crítica. Lo más
alejado de una mirada cristiana que se pueda imaginar y a la que me veo abocado, máxime en este lugar
y con esta túnica.
Hago el esfuerzo y pienso que
cada uno de ellos soy yo, no “como yo”, sino que “soy yo”, y los rostros adquieren
forma, las figuras nitidez. Cada uno de ellos, tan alejados, muchos, de mi
estética, mi educación, mi sensibilidad,
soy yo, y el Cristo que me sigue los pasos, los conoce a todos y ha muerto por
todos. Esto tan sencillo, esta obviedad cristiana que nos enseñan desde antes
de la primera comunión, debo aplicármelo más a menudo, para sentirme prójimo del
prójimo. A ver si se saca algún provecho de esta larga penitencia.
La luna, como uno de los treinta
denarios, nos acompaña siempre, lo mismo aparece tras la espadaña y el ciprés
como por encima del semáforo que parpadea.
Al llegar de nuevo a la capilla,
aun con el rostro cubierto por el antifaz, todo umbroso, veo entrar los pasos,
me apresuro a sacar a Santiaguito de la turbamulta de pequeños monaguillos. -Soy
papá - le digo en voz baja para que me distinga, y mientras entra el palio, lo
cojo en brazos. Viene cansado, con el canastillo vacío de caramelos, y la
botellita sin agua. Descansa la cabeza sobre mi hombro y le beso a través del
ruan negro.
Bendición solemne. Entre los capirotes
altos, atisbo el Santísimo. Tantum ergo, se escucha. La campanita multiplica su
ráfaga argentina en el silencio fúnebre.
Ha terminado la estación de
penitencia.
¡Hermanos pueden descubrirse!
Hasta el año que viene si Dios quiere.
viernes, 7 de abril de 2017
Magistral Gregorio Luri en Sevilla.
Asistí a una conferencia de Gregorio Luri en la facultad de derecho hace unos días.
Me entusiasmó. GL no es políticamente correcto, va contra las modas y abomina de la neopedagogía experimental que viene destruyendo la enseñanza. No hubo diapositivas, powert point, ni nuevas tecnologías. La palabra lisa y llanamente.
Destacó la necesidad de la lectura y la veneración por la figura del maestro. Él mismo agradeció que sus maestros de infancia y adolescencia no fueran "buenos" con él y no le permitieran ir "pasando" de curso, como hoy ocurre "compadeciéndose" de sus orígenes humildes. Si ello hubiese sido así, él no hubiese llegado a superarse y acceder a la vida universitaria.
Considera que esta educación actual, blanda y delicuescente, perjudica, como siempre, a los más humildes y provoca una desigualdad de clases que antes no existía.
Si la escuela no lima las diferencias ¿Para qué sirve? se preguntaba.
Destacó la figura de Balmes, al que yo conocía por el tío de mi amigo Armando Pego, en sus memorias güelfas, y del que dijo que otro gallo cantaría si hubiese sido enviado a Alemania en su momento para traer las novedades de entonces, en lugar de aquellos que fueron... Le pregunté en el coloquio qué a quien se refería y contestó sin ambages que a la Institución Libre de Enseñanza, que puso sus miras en el "gran y magnífico" filósofo... ¡Krause! relegando a las grandes figuras como Hegel, Fichte...
Estuvo una hora hablando y no tuvo desperdicio,
Me quedé con mensajes como:
el que más vocabulario tiene más rápido aprende,
no hay diferencia entre pensamiento y lenguaje
el maestro es un enviado de los poetas, los artistas, los científicos...
elogió la familia sensatamente imperfecta frente a esa paranoica búsqueda de la perfección que nos atosiga a nosotros y a nuestros hijos de rebote.
Vivimos del modo en que leemos
Pensar es agradecer y también lo es leer, por tanto una forma de oración.
Hoy es clave el criterio para identificar lo relevante en un mundo con un exceso de información
Mi experiencia es aquello a lo que decido atender. La atención es la clave. Pensar es fácil, pero pensar bien, no. Nos gusta dispersarnos, no concentrarnos, de ahí que los Hotentotes llamen al pensamiento el azote de la vida. Focalizar la atención es posible y necesario y existen dos instrumentos básicos para ello: la clase magistral y la lectura lenta.
Se necesita conocimiento y atención frente a la dispersión.
En occidente no hay libros sagrados, sólo el diálogo ha sido sagrado, el dialogo que es un espejo para conocerse uno mismo.
Y por último concluyó con este pensamiento que daba título a la conferencia, tenemos el deber moral de ser inteligentes porque tenemos la libertad para degradarnos.
Me entusiasmó. GL no es políticamente correcto, va contra las modas y abomina de la neopedagogía experimental que viene destruyendo la enseñanza. No hubo diapositivas, powert point, ni nuevas tecnologías. La palabra lisa y llanamente.
Destacó la necesidad de la lectura y la veneración por la figura del maestro. Él mismo agradeció que sus maestros de infancia y adolescencia no fueran "buenos" con él y no le permitieran ir "pasando" de curso, como hoy ocurre "compadeciéndose" de sus orígenes humildes. Si ello hubiese sido así, él no hubiese llegado a superarse y acceder a la vida universitaria.
Considera que esta educación actual, blanda y delicuescente, perjudica, como siempre, a los más humildes y provoca una desigualdad de clases que antes no existía.
Si la escuela no lima las diferencias ¿Para qué sirve? se preguntaba.
Destacó la figura de Balmes, al que yo conocía por el tío de mi amigo Armando Pego, en sus memorias güelfas, y del que dijo que otro gallo cantaría si hubiese sido enviado a Alemania en su momento para traer las novedades de entonces, en lugar de aquellos que fueron... Le pregunté en el coloquio qué a quien se refería y contestó sin ambages que a la Institución Libre de Enseñanza, que puso sus miras en el "gran y magnífico" filósofo... ¡Krause! relegando a las grandes figuras como Hegel, Fichte...
Estuvo una hora hablando y no tuvo desperdicio,
Me quedé con mensajes como:
el que más vocabulario tiene más rápido aprende,
no hay diferencia entre pensamiento y lenguaje
el maestro es un enviado de los poetas, los artistas, los científicos...
elogió la familia sensatamente imperfecta frente a esa paranoica búsqueda de la perfección que nos atosiga a nosotros y a nuestros hijos de rebote.
Vivimos del modo en que leemos
Pensar es agradecer y también lo es leer, por tanto una forma de oración.
Hoy es clave el criterio para identificar lo relevante en un mundo con un exceso de información
Mi experiencia es aquello a lo que decido atender. La atención es la clave. Pensar es fácil, pero pensar bien, no. Nos gusta dispersarnos, no concentrarnos, de ahí que los Hotentotes llamen al pensamiento el azote de la vida. Focalizar la atención es posible y necesario y existen dos instrumentos básicos para ello: la clase magistral y la lectura lenta.
Se necesita conocimiento y atención frente a la dispersión.
En occidente no hay libros sagrados, sólo el diálogo ha sido sagrado, el dialogo que es un espejo para conocerse uno mismo.
Y por último concluyó con este pensamiento que daba título a la conferencia, tenemos el deber moral de ser inteligentes porque tenemos la libertad para degradarnos.
martes, 4 de abril de 2017
¿Quién sino Dios pudo...?
JUAN SIERRA es un gran poeta, un poeta mayor, sevillano, casi desconocido, más conocido por ser el padre del famoso, para los cuarentones, futbolista Quino, si leen este poema se dará cuenta.
CREO SEÑOR; FORTALECED MI FE
(A Rafael Alberti)
¿Quién sino Dios pudo hacer este agua con que
me lavo la cara?
Esta frescura que baña mi despertar como
una buena noticia
Este cántico de claridad sobre mi piel
Este unánime estremecimiento de bienestar en mi
rostro y mis arterias
Este líquido inmaculado que tonifica mi empresa diaria
con un trino de humildad y gracia
Este limpio manjar de mis poros y mi "buenos días"
Esta risa maravillosa entre el resplandor de las
persianas
Este descanso como un pétalo de mar en el recuerdo
de mi sueño
Este chorro de alegría y de pureza que sale del grifo
de metal
Sólo Dios pudo haberlo creado.
Juan Sierra
"Álamo y cedro" (1982)
"Álamo y cedro" (1982)